Los tres valientes y la casa encantada



Había una vez, en un pequeño pueblo argentino, tres amigos inseparables: Sofía, Tomás y Lucas. Eran conocidos por sus aventuras emocionantes y su curiosidad desenfrenada. Un día, mientras exploraban un bosque cerca de su casa, se encontraron con una vieja casa que parecía salir de un cuento de terror. Las ventanas estaban cubiertas de telarañas, y había un letrero que decía "¡Prohibido entrar!".

"¡Miren esa casa!"- exclamó Sofía, mirando a sus amigos con los ojos llenos de brillo. "Debemos entrar, ¡es una aventura!"-

Tomás dudó. "No sé, chicos. Ese letrero me da un poco de miedo..."-

"¿Miedo?"- dijo Lucas, riéndose. "¿Desde cuándo tenemos miedo de una casa? ¡Vamos!"-

Los tres amigos se acercaron a la puerta de la casa y, aunque sus corazones latían rápido, decidieron entrar. Una vez dentro, la casa estaba oscura y llena de polvo. Pasaron por el pasillo y, de repente, escucharon un ruido extraño.

"¿Qué fue eso?"- murmuró Sofía, con una gran sonrisa de emoción en su rostro. "Creo que es un gato o algo así..."-

"Puede ser, pero mejor sigamos adelante. ¡No podemos darnos por vencidos!"- dijo Tomás, un poco más confiado.

Cuando entraron en el salón, se encontraron con un viejo... ¡un viejito de aspecto gruñón! Su cara era arrugada y tenía una mirada muy severa.

"¡¿Qué hacen aquí? !"- gritó el señor, sacudiendo su bastón. "¡Ustedes no tienen permiso para estar en mi propiedad!"-

Los niños se asustaron, pero Sofía, siempre valiente, decidió hablar. "Lo sentimos, señor. Solo estábamos explorando. Nos pareció interesante la casa y queríamos conocerla"-

"¿Interesante? ¡Es una casa peligrosa! No es un lugar para niños curiosos como ustedes"- respondió el viejito, cruzando los brazos.

Tomás, tratando de suavizar la situación, agregó: "No queríamos ofenderlo. Solo quisimos ver cómo era su casa. ¿Por qué no nos cuenta un poco de su historia?"-

El viejito, sorprendido por la amabilidad de los niños, se relajó un poco. "Esta casa no siempre fue así... Antes era un lugar lleno de risas y juegos, pero hace muchos años, los niños dejaron de venir. Me quedé solo y me volví un poco... ermitaño"-.

"Pero, señor, eso no significa que tenga que estar solo. Todos los lugares pueden ser mágicos si compartimos la alegría"- dijo Lucas con convicción.

El viejito frunció el ceño, pero algo en las palabras de los niños lo conmovió. "¿Mágicos? Creo que he olvidado cómo es eso"-.

"Podemos ayudarlo a recordar"- propuso Sofía. "Hagamos una fiesta aquí para que todos del pueblo vengan a celebrar la casa y a conocerlo"-.

El viejito se quedó pensando. "No sé... Podría ser arriesgado. Hace mucho que nadie viene"-.

"¡Pero la casa necesita volver a ser alegre!"- exclamó Tomás. "Si nos deja ayudarlo, seguro que lo logra"-.

Finalmente, el viejito asintió. "Está bien. Ustedes me han convencido. Vamos a dar una fiesta para recordar lo que es compartir y disfrutar"-.

Los tres niños se pusieron a trabajar y empezaron a correr la voz por el pueblo. Todos estaban emocionados de ver la casa encantada, y aquel señor que parecía ser malo empezó a ser visto de otro modo. Prepararon decoración, pusieron música y, el día de la fiesta, todo el mundo llegó con sonrisas y alegría.

"Esto es increíble"- dijo el viejito, mientras veía a los niños bailar. "Nunca pensé que volvería a sentirme así"-.

Desde ese día, la casa se llenó de vida nuevamente. Los niños y el viejito se convirtieron en grandes amigos, y a menudo organizaban juegos y actividades para todos. La casa ya no era un lugar de miedo, sino un hogar donde la felicidad podía compartirse.

Y así, Sofía, Tomás y Lucas aprendieron que, incluso los lugares más sombríos, pueden llenarse de alegría si compartimos nuestro amor y alegría con los demás. La curiosidad y la valentía a veces pueden abrir puertas que jamás imaginamos.

Y el viejo, que ya no se sentía solo, aprendió que compartir su espacio significaba también compartir su corazón. Juntos, transformaron la casa en un lugar de historias y risas.

"¡Gracias por mostrarme lo que he perdido!"- dijo el viejito una tarde, rodeado de los jubilosos niños. "Nunca más me sentiré solo"-.

Y así, junto a sus nuevos amigos, el viejito también redescubrió la magia de la felicidad. Fin.

FIN.

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