Los Unicornios Divertidos y el Tango de Flores



Era una soleada mañana en el jardín de infantes, y los 24 unicornios divertidos, un grupo de pequeños investigadores curiosos de cinco años, se reunieron en su rincón favorito del patio. Hoy, tenían una misión muy especial: investigar sobre el tango y los cantantes que nacieron o vivieron en el barrio de Flores.

- ¡Chicos! –exclamó Sofía, la líder del grupo–. Hoy vamos a descubrir la historia de Hugo del Carril y Agustín Magaldi. ¡Ellos son dos grandes del tango!

- ¡Sí! –gritaron todos al unísono, moviendo sus cuernitos de colores–. ¡Vamos a bailar tango!

El grupo se puso en marcha hacia la biblioteca del jardín, donde encontraron un libro grueso titulado "Cuentos de Tango".

- ¿Qué dicen si le pedimos ayuda a la seño? –sugirió Mateo, un unicornio con un cuerno muy brilloso.

- ¡Buena idea! –respondieron todos.

Cuando la seño llegó, les contó sobre Hugo del Carril y Agustín Magaldi. Hugo, explicó, había nacido en Flores y su voz tan hermosa hizo que el tango brillara como nunca. Por otro lado, Agustín, aunque no nació ahí, vivió muchas aventuras en el barrio.

- Hugo hacía canciones que hablaban de los amores y las tristezas. –dijo la seño mientras dibujaba un corazón en el aire con su dedo.

- ¡Y Agustín era un gran compositor! –agregó Julián, encaramado a una silla, moviendo sus pies como si bailara.

Con el entusiasmo a mil, los unicornios decidieron hacer un espectáculo de tango para mostrar a sus familias lo que aprendieron. Pero había un problema: ninguno sabía bailar tango.

- ¡No hay problema! –gritó Valentina–. Podemos practicar todos juntos. Primero, necesitamos música.

Así que se pusieron manos a la obra. Buscaron canciones de tango y encontraron una clásica de Hugo del Carril que decía "La casita de mis viejos".

- ¡Me encanta! –dijo Tino, mientras intentaba seguir el ritmo con su patita.

Y así fue que pasaron horas intentando aprender a bailar el tango. No era fácil, todos tropezaban y se reían.

- ¿Por qué no hacemos un par de pasos de magia? –sugirió Lila, que siempre tenía ideas creativas. –Podemos inventar un baile propio con saltos y giros.

A todos les encantó la idea, y así, mezclaron pasos de tango con sus propias ocurrencias. Al final, crearon una danza divertida que incluía saltos, giros y hasta un poco de baile de salón.

El día del espectáculo llegó, y los unicornios estaban nerviosos pero emocionados. Invitaron a sus papás, y mientras tanto, llenaron el escenario de papelitos de colores y dibujaron un gran corazón que representaba el amor por el tango.

- ¡Es hora de mostrar nuestro talento! –anunció Sofía, apretando su cuernito de la emoción.

Cuando comenzaron a bailar, los papás aplaudían y reían al ver cómo los pequeños unicornios se movían al son del tango, llenando de alegría el ambiente. Pero cuando llegó el momento de presentar a Hugo del Carril y Agustín Magaldi, uno de los unicornios se puso a llorar.

- ¡A mí no me gusta que hagamos esto si no están aquí! –sollozó Nati, con un brillo en los ojos.

- ¡Espera! –exclamó Mateo–. ¡Podemos honrarlos de otra manera! Podemos contar la historia de sus vidas y qué significaron para el tango.

Así que a mitad del acto, los unicornios se detuvieron y contaron a todos en el público cómo Hugo y Agustín habían engrandecido la cultura del tango. Era un momento conmovedor.

- ¡Bravo! –gritaron los padres mientras aplaudían con ganas.

Al terminar, los unicornios se sintieron orgullosos. Habían aprendido no solo a bailar, sino también a recordar y valorar la historia de su barrio. El tango no solo era música, sino una forma de sentir y contar vidas.

- ¡Hoy fuimos unicornios tangueros! –gritó Lila mientras todos se hacían un gran abrazo con sus colas.

Y así, el grupo de unicornios divertidos no solo había investigado la vida de dos grandes artistas, sino que también le llevaron un pedacito de Flores al corazón de todos. Con esa reciente inspiración, prometieron seguir aprendiendo sobre el mágico mundo del tango y, sobre todo, seguir creando juntos.

- ¡El tanguito vive en nosotros! –dijo Mateo, con una sonrisa radiante, y los demás, llenos de alegría, respondieron:

- ¡Siempre, siempre!

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!