Los valientes sapos y el león hambriento


Había una vez en la selva un león llamado Leopoldo y un grupo de sapos muy valientes. Los sapos vivían en un estanque cerca del terreno del león, y siempre habían tenido una relación cordial con él.

Un día, Leopoldo se despertó con mucha hambre y decidió ir a buscar comida. Caminó por la selva hasta que encontró un árbol lleno de jugosas frutas.

Pero había un problema: las frutas estaban muy altas y el león no podía alcanzarlas. Leopoldo pensó en pedir ayuda a los sapos, ya que eran expertos saltando y podrían llegar fácilmente a las frutas. Se acercó al estanque donde vivían los sapos y les explicó su situación.

- ¡Hola amigos! Necesito de su ayuda. Hay unas deliciosas frutas en ese árbol, pero están demasiado altas para mí. ¿Podrían saltar hasta allí y traérmelas? Los sapos se miraron entre sí sorprendidos por la petición del león.

Siempre habían sido amigos, pero nunca antes habían trabajado juntos en algo tan importante como esto. Después de unos momentos de reflexión, uno de los sapos llamado Serafín dijo:- Está bien, Leopoldo. Te ayudaremos a conseguir esas frutas.

El grupo de sapos se formó en fila frente al árbol mientras Leopoldo observaba expectante desde abajo. Uno a uno fueron saltando cada vez más alto hasta que finalmente lograron alcanzar las frutas más jugosas.

Con mucho esfuerzo e ingenio, los sapos fueron arrojando las frutas hacia abajo para que Leopoldo pudiera atraparlas. El león se llenó de alegría y gratitud al ver que sus amigos habían cumplido con su promesa. Pero la historia no termina aquí.

A medida que los sapos seguían saltando, uno de ellos llamado Jacinto se resbaló y cayó dentro del estanque. Estaba en peligro y necesitaba ayuda. Leopoldo, sin pensarlo dos veces, se lanzó al agua para rescatar a su amigo.

Nadó hasta donde estaba Jacinto y lo llevó a la orilla sano y salvo. Los demás sapos observaron asombrados el acto heroico del león.

Se dieron cuenta de que a pesar de ser diferentes, podían ayudarse mutuamente y trabajar juntos para superar cualquier obstáculo. Desde ese día, el león y los sapos se convirtieron en inseparables amigos. Juntos exploraban la selva, compartían comida e incluso jugaban divertidos juegos.

La moraleja de esta historia es que la amistad verdadera no tiene barreras ni límites. Siempre hay una manera de colaborar y apoyarse unos a otros, sin importar nuestras diferencias.

Y así fue como Leopoldo aprendió una valiosa lección gracias a sus amigos los sapos: el poder de la amistad puede mover montañas y alcanzar las frutas más altas del árbol.

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