Los zapatos rojos de Valentina



Había una vez en un pequeño pueblo, una niña llamada Valentina. Valentina era una nena divertida, llena de energía y siempre tenía una sonrisa que iluminaba el día. Pero había algo que la llenaba de tristeza: su mamá se había ido de viaje y la extrañaba mucho. Valentina, durante su tiempo libre, miraba sus fotos y recordaba las aventuras que vivieron juntas.

Un día, mientras paseaba por el mercado, Valentina vio unos zapatos rojos brillantes en la vidriera de una tienda. Su corazón dio un vuelco. "Son preciosos, parecen los que usaría mi mamá"-, pensó. La niña se acercó a la tienda y quedó maravillada observándolos.

"¿Te gustaría probarte esos zapatos, señorita?"- le preguntó una vendedora amable.

"Sí, por favor. Son tan lindos… pero..."- Valentina titubeó. No tenía dinero suficiente.

Desanimada, se sentó en un banco del parque cercano. Recordaba cómo su mamá siempre le decía: "Valentina, si realmente deseas algo, hay que trabajar por ello"-.

Inspirada por sus propias palabras, Valentina decidió que haría un plan. Empezó a vender limonada en la casa de su abuela. "¡Limonada fresca, para el calor!"- gritaba a los transeúntes. Al principio, solo vendió algunas copitas, pero comenzó a hacer carteles coloridos con dibujos de limones y palabras divertidas. "¡Las mejores limonadas del pueblo!"-

Pasaron días y Valentina ya había ahorrado una buena suma. Pero había un problema: su abuela había empezado a preocuparse. "Valentina, querida, deberías descansar un poco, no hace falta esforzarte tanto por esos zapatos"- le dijo un día, mientras servía una galletita.

"Abuela, quiero comprarlos porque me hacen recordar a mamá. Son especiales para mí"- contestó Valentina con determinación.

La abuela, viendo la ilusión en los ojos de su nieta, decidió apoyarla en su proyecto. Juntas, organizaron un puesto de venta de galletas y limonada en la feria del pueblo. Valentina estaba emocionada, era una oportunidad perfecta. "Podremos vender mucho y, ¡quizá yo tenga mis zapatos rojos pronto!"-

El día de la feria comenzó eufórico. Gente del pueblo se aglomeró, las galletas volaron y la limonada se vendía a raudales. Todo fue un éxito y Valentina, desbordante de alegría, observaba cómo poco a poco su dinero iba creciendo. Cuando la feria terminó, su pequeña caja tenía más de lo que imaginaba.

"¿Te parece que ya podemos ir a comprarlos, Abuela?"- preguntó, ansiosa.

"Sí, cariño, creo que tenemos suficiente"- respondió la abuela sonriendo.

Valentina y su abuela corrieron a la tienda, y ahí estaban los zapatos rojos, aún más hermosos de cerca. "Voy a probarme los zapatos, ¡no puedo esperar!"- dijo emocionada. Se los puso, y cuando se miró al espejo, sintió que su mamá estaba con ella, guiñándole un ojo, como siempre solía hacer.

"¡Son perfectos!"- exclamó Valentina. Cuando la vendedora le dijo el precio, Valentina sacó su dinero.

"Esto es lo que he conseguido con mucho esfuerzo"- dijo.

Pero cuando la vendedora contó el dinero, se dio cuenta de que no era suficiente. Valentina se desilusionó un poco, pero su abuela se agachó y le susurró: "No importa, lo importante es que trabajaste muy duro y eso vale mucho más que dinero. Vamos a pensar en otra forma…"-

Valentina pensó en los días que pasaron vendiendo en la feria y cómo eso hizo que no solo ahorrara, sino que también hiciera nuevos amigos, y sobre todo, regaló sonrisas a muchas personas. "Tienes razón, abuela. El trabajo en equipo with you fue increíble"-

Decidida a no rendirse, Valentina tuvo una idea brillante. "Podemos hacer un espectáculo en el parque con todos mis amigos. Podemos cantar, bailar y hacer reír a las personas. ¡Y así tal vez, logremos juntar más dinero!"-

La abuela sonrió y apoyó su idea. Así, Valentina y sus amigos comenzaron a entrenar para la gran presentación. Convirtieron el espectáculo en un evento del pueblo y donde todo el mundo estaba invitado. La emoción era contagiosa y la preparación trajo mucho entusiasmo a los chicos.

El día del espectáculo llegó, y el parque se llenó de risas, música y alegría. Al final, cuando terminaron la función, todos aplaudieron. No solo se divirtieron, sino que Valentina recaudó suficiente dinero para comprar sus zapatos rojos y le sobró para ayudar a otras iniciativas en su comunidad.

Finalmente, llegó el momento de volver a la tienda. Esta vez, cuando Valentina pagó, la vendedora la miró sorprendida y le dijo: "Hiciste un gran trabajo, pequeña. No solo ganaste los zapatos, también amistad y alegría para todos"-.

"Los zapatos son especiales porque me recuerdan a mi mamá, pero la experiencia de trabajar con mis amigos y mi abuela fue aún más maravillosa"- respondió Valentina, sonriendo.

Finalmente, Valentina se fue feliz con sus zapatos rojos y una lección valiosa: que lo que realmente cuenta es el esfuerzo, el trabajo en equipo y la alegría que se obtiene al hacer sonreír a los demás.

FIN.

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