Lost but Not Alone
Había una vez en un encantador pueblo argentino, dos niños llamados Lucas y Sofía. Un día, decidieron aventurarse en la montaña que estaba detrás de su casa, entusiasmados por descubrir un mundo nuevo.
"Vamos a ver esas hermosas flores que vi ayer!" - dijo Sofía con una gran sonrisa.
"Sí! Y tal vez encontremos un arroyo!" - respondió Lucas, lleno de energía.
Mientras subían, cada paso los llenaba de emoción. Sin embargo, se distraían observando las plantas y los animales que encontraban a su paso y, sin darse cuenta, se alejaron mucho más de lo que habían planeado.
Cuando se dieron cuenta, el sol empezaba a esconderse tras las montañas.
"Oh no! ¿Dónde estamos?" - preguntó Sofía con un tono de preocupación.
"No lo sé, pero no te asustes. Solo hay que pensar con calma cómo volver" - dijo Lucas tratando de tranquilizarla.
Ambos se sentaron sobre una piedra grande, mirando a su alrededor. Ya no podían ver el camino de regreso a casa y empezaban a sentir un poco de miedo. Pero Lucas tenía una idea.
"Mirá, Sofía, si seguimos la dirección de donde vino el sol, tal vez podamos encontrar el camino de vuelta. Además, no podemos quedarnos aquí, tenemos que movernos" - sugirió con determinación.
"Sí! Tienes razón!" - aceptó Sofía, alzando su ánimo.
Caminaron juntos, pero a medida que avanzaban, se dieron cuenta de que el terreno se volvía más difícil. El sendero estaba lleno de piedras y ramas, e incluso había que cruzar un pequeño arroyo.
"¿Cómo vamos a cruzar esto?" - preguntó Sofía un poco nerviosa.
"Podemos saltar de piedra en piedra. ¡Intenta seguir mis pasos!" - animó Lucas.
Sofía, confiando en su amigo, se concentró y juntos lograron cruzar. Continuaron caminando, pero ahora ya era casi de noche.
"No sé si vamos en la dirección correcta," - dijo Sofía, mirando a su alrededor con preocupación.
"Sigamos avanzando, estoy seguro de que encontraremos un lugar donde quedarnos hasta que amanezca," - afirmó Lucas con optimismo.
Finalmente, encontraron un pequeño claro iluminado por la luna. Decidieron descansar un poco.
"¿Qué vamos a hacer? No tenemos comida ni agua,” - preguntó Sofía, sintiéndose preocupada otra vez.
"Si logramos hacer una fogata, tal vez podamos calentar algunas hojas grandes y comerlas. Y a la mañana buscaremos un arroyo" - sugirió Lucas.
Los niños juntaron ramas secas y empezaron a intentar encender un fuego. Después de varios intentos, lograron hacer una pequeña hoguera que iluminó su espacio y los hizo sentir más seguros.
"¡Lo logramos, Lucas!" - exclamó Sofía, feliz de ver las llamas danzar.
"Sí! Ahora podemos comer algo y contar historias hasta quedarnos dormidos" - respondió Lucas.
Mientras se sentaban cerca de la hoguera, Lucas le contó a Sofía sobre sus momentos favoritos en la escuela y Sofía le habló de sus sueños de ser una gran investigadora.
"¿Sabes qué? Aunque estemos perdidos, esto será una gran aventura para contar" - dijo Sofía sonriendo.
"Exacto! Y lo mejor es que estoy contigo. Todo es más fácil cuando no estás solo" - dijo Lucas, feliz de tener a una amiga a su lado.
Cuando amaneció, decidieron que tenían que levantarse y encontrar el camino de vuelta. Después de desayunar algunas hojas que habían calentado, comenzaron a caminar nuevamente.
"Si seguimos el arroyo, tal vez encontremos donde empieza," - sugirió Lucas.
"¡Buena idea!" - respondió Sofía aliviada.
Siguieron el sonido del agua hasta llegar a un arroyo más grande que llevaban escuchando, y allí encontraron huellas de caminos y marcas familiares.
"Lucas, ¡mira! Eso parece el camino que tomamos cuando subimos a la montaña!" - señaló Sofía, al ver un sendero que reconocieron.
"¡Sí! Vamos!" - exclamó Lucas emocionado.
Al poco tiempo, lograron salir de la montaña, y eran recibidos por el sol radiante y la vista de su pueblo.
"¡Lo hicimos, Sofía! Estábamos perdidos, pero nunca estuvimos solos!" - celebró Lucas.
"¡Sí! Aprendimos a no rendirnos y a ayudarnos los unos a los otros," - concluyó Sofía, sonriendo ampliamente.
Desde ese día, Lucas y Sofía no solo se volvieron más aventureros, sino también se comprendieron que juntos podían enfrentar cualquier desafío. Y así, cada vez que miraban hacia la montaña, recordaban la emoción de su aventura y la lección más importante: nunca hay que perder la esperanza y siempre hay que estar allí para los amigos.
FIN.