Lu Aprende a Decir Cómo Estás
Había una vez en un pintoresco barrio de Buenos Aires, una niña llamada Lu. Era conocida en su vecindario por su contagiosa risa y su inagotable energía. Pero había algo que a Lu le costaba mucho: expresar cómo se sentía.
Un día, mientras jugaba con sus amigos en el parque, notó que su amiga Sofi parecía triste. Lu se acercó a ella, pero no sabía cómo preguntar.
"¿Sofi, estás bien?" -dijo finalmente, pero no se sentía segura. La verdad es que no sabía cómo preguntar adecuadamente. Sofi movió la cabeza en silencio.
"A veces me gustaría saber más sobre lo que sienten mis amigos. ¿Cómo puedo hacerlo?" -pensó Lu.
Al día siguiente, Lu decidió hacer algo al respecto. Fue a la biblioteca del barrio y comenzó a buscar libros sobre emociones. Encontró uno titulado "Los colores de mis emociones", en el cual se explicaban diferentes sentimientos con colores. Mientras leía, Lu se sintió fascinada.
"Si puedo aprender a reconocer mis propias emociones, también podré ayudar a mis amigos" -se dijo a sí misma.
Esa tarde, Lu regresó al parque con una misión. Se acercó a Sofi nuevamente y, con su nuevo conocimiento, le sonrió.
"Sofi, ¿sabes qué? Hoy aprendí sobre los colores de las emociones. ¿Te gustaría compartir cómo te sientes conmigo?" -preguntó Lu.
Sofi, sorprendida, se rió ligeramente.
"No sabía que había colores para las emociones. Pero, la verdad, me siento un poco azul hoy. Mi gato se perdió y no sé qué hacer."
Lu se sentó junto a Sofi y comenzó a rasguñar su cabeza.
"Quizás podamos buscarlo juntas. Yo también me sentiría azul si eso me pasara."
Así, Lu descubrió lo que significaba la pregunta: cómo estás. No solo sobre saber palabras, sino sobre escuchar y ayudar a los demás.
Al día siguiente, Lu decidió practicar aún más. Se acercó a sus otros amigos del parque.
"¿Cómo estás? ¿Te gustaría contarme algún color de tus emociones?" -preguntó con entusiasmo. Cada uno le compartió algo diferente: Juan dijo que se sentía amarillo porque había aprendido a andar en bicicleta, y Ana se sentía verde porque había encontrado un lugar secreto en el bosque.
Un día, Lu, después de un largo juego, vio a un nuevo niño en el parque, llamado Tomás. Parecía estar solo y triste. Se armó de valor y se acercó.
"Hola, yo soy Lu. ¿Cómo estás?" -preguntó con una gran sonrisa. Tomás la miró un poco confundido.
"Yo... no sé. A veces me siento solo."
Lu recordó lo que había aprendido.
"Está bien sentirse así. ¿Te gustaría jugar conmigo? A veces jugar ayuda a sentirse mejor."
Tomás dudó, pero luego asintió y sonrió por primera vez.
"Sí, me gustaría."
Juntos se unieron a sus amigos en una emocionante partida de fútbol. Como por arte de magia, Tomás se sintió menos triste y más feliz, compartiendo risas con sus nuevos amigos.
Con el tiempo, Lu se convirtió en la especialista para ayudar a todos en el barrio a expresar sus sentimientos. Sin embargo, un día, apareció una gran tormenta en el vecindario, y el parque que tanto amaban se inundó.
Los amigos, preocupados, se reunieron en casa de Lu. Todos tenían diferentes emociones: miedo, tristeza, angustia. Lu, viendo la situación, decidió que era hora de hacer algo especial.
"Chicos, ¿qué tal si hacemos un mural de colores?" -propuso.
Los amigos se miraron con curiosidad.
"¿Un mural?" -preguntó Sofi.
"Sí, cada uno pintará cómo se siente en este momento, y luego lo uniremos. Así, podemos compartirlo y será más fácil hablar sobre lo que nos pasa."
Con entusiasmo, los chicos comenzaron a pintar. Sofi dibujó un gato buscando colores en azul, Juan pintó un sol amarillo brillando en el horizonte, Ana un árbol verde que saca su fuerza de la tierra. Y Tomás, tomando la iniciativa, dibujó niños jugando en el parque, para recordarle que no estaba solo.
Cuando terminaron, miraron el mural. Había tantas emociones, tantos colores. Todos sintieron que su tristeza comenzó a desvanecerse.
"Gracias, Lu. Gracias por ayudarnos a expresar lo que sentimos" -dijo Tomás, sonriendo. Lu sonrió de vuelta, sabiendo que había aprendido una gran lección en el camino: no solo se trataba de preguntar, sino también de conectar y compartir.
Desde ese día, Lu se convirtió en la valiente exploradora de las emociones, siempre lista para preguntar cómo estaban sus amigos. Y así, juntos, aprendieron que con cada color, cada emoción compartida, construían lazos más fuertes y llenos de alegría.
Y así, en el pequeño barrio, la risa de Lu y la de sus amigos resonó cada vez que se encontraban, llenando la comunidad con más colores y menos sombras, porque ahora sabían que lo más importante era siempre preguntar: "¿Cómo estás?" Y por supuesto, ¡escuchar!
Fin.
FIN.