Luan y la alegría de la cueca


Luan era un niño alegre y lleno de energía que vivía en un pequeño pueblo llamado Villa Cuequera. Desde muy pequeño, Luan había desarrollado una gran pasión por la cueca, el baile tradicional de su país.

Todos los días, después de la escuela, Luan corría hacia el centro del pueblo donde se encontraba una plaza amplia y llena de coloridas flores. Allí se juntaban los adultos para bailar cueca y él siempre les observaba con admiración.

Un día, mientras Luan miraba a los bailarines desde lejos, decidió acercarse y preguntarles si podía aprender a bailar cueca también. Los adultos lo miraron sorprendidos al ver a un niño tan pequeño con tanto entusiasmo por la danza.

Don Carlos, uno de los mejores bailarines del pueblo, se acercó a Luan y le dijo: "¡Claro que puedes aprender! La cueca es parte de nuestra cultura y todos deberíamos conocerla".

Don Carlos tomó a Luan bajo su tutela y comenzaron las clases. Luan practicaba todos los días en su casa frente al espejo. Movía sus brazos con gracia y zapateaba con fuerza en el suelo para imitar el sonido característico de la cueca.

A medida que pasaban las semanas, Luan mejoraba cada vez más. Un mes después, llegó la noticia de que habría un gran festival folclórico en la ciudad vecina. Habría competencias de baile donde participarían parejas provenientes de diferentes lugares del país.

Luan estaba emocionado por participar en el festival junto a Don Carlos como su pareja de baile. Sin embargo, cuando Luan le contó a sus padres sobre el festival, ellos no estaban de acuerdo.

"La cueca es solo para adultos", decía su mamá. "Deberías enfocarte en tus estudios y dejar de lado esta locura", agregaba su papá. Luan estaba desilusionado, pero no se rendiría tan fácilmente. Decidió hablar con Don Carlos y contarle lo que sus padres le habían dicho.

Don Carlos escuchó atentamente y luego le dijo: "Luan, la cueca es para todas las edades. No importa si eres niño o adulto, lo importante es disfrutar del baile y mantener viva nuestra tradición".

Con el apoyo de Don Carlos, Luan decidió seguir adelante con su sueño de participar en el festival folclórico. Practicaron duro durante semanas para perfeccionar cada movimiento y cada paso de la cueca. Finalmente, llegó el día del festival.

Luan estaba nervioso pero emocionado por mostrar todo lo que había aprendido. Cuando subieron al escenario, los demás bailarines los miraban sorprendidos por ver a un niño tan pequeño bailando con tanta destreza.

Cuando comenzaron a bailar la cueca, todos quedaron maravillados con la gracia y energía que transmitían Luan y Don Carlos en cada movimiento. El público aplaudió emocionado mientras ellos seguían zapateando al ritmo de la música. Al finalizar su presentación, recibieron una ovación de pie.

Luan sintió una gran felicidad por haber superado todos los obstáculos y demostrarle a todos que la edad no era un límite para cumplir sus sueños. Desde aquel día, Luan se convirtió en un ejemplo para los niños del pueblo.

Muchos de ellos comenzaron a interesarse por la cueca y a practicarla con entusiasmo. Luan siguió bailando cueca durante toda su vida, transmitiendo su amor por el baile a las futuras generaciones.

Y así, Villa Cuequera se convirtió en un lugar lleno de alegría y tradición gracias al pequeño niño que amaba bailar cueca.

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