Luana, la gimnasta incansable


Había una vez una niña llamada Luana que soñaba con ser una gimnasta profesional. Desde muy pequeña, pasaba horas y horas practicando en el patio trasero de su casa, haciendo volteretas y piruetas que dejaban a todos sorprendidos.

Luana vivía con sus padres y su hermanito Mateo, quien siempre la animaba desde las gradas mientras ella entrenaba. Sus padres también la apoyaban incondicionalmente y la llevaban a todas las competencias locales.

Un día, Luana recibió una noticia emocionante: ¡había sido seleccionada para representar a su ciudad en un importante torneo nacional de gimnasia! Estaba tan feliz que no podía creerlo. "-¡Mamá, papá! ¡Lo logré! Voy a competir en el torneo nacional", exclamó Luana emocionada.

Sus padres se abrazaron orgullosos de ella y le dijeron: "-Estamos seguros de que lo harás muy bien, hija". Luana comenzó a entrenar aún más duro para prepararse para el gran evento.

Pasaba largas horas en el gimnasio perfeccionando cada movimiento y aprendiendo nuevas acrobacias. Su determinación era impresionante. Finalmente llegó el día del torneo. Luana estaba nerviosa pero llena de confianza. Mientras esperaba su turno, observó a otras gimnastas realizar increíbles rutinas llenas de gracia y habilidad.

Cuando llegó por fin su turno, Luana salió al tapiz con una sonrisa radiante en su rostro. Comenzó su rutina mostrando todo lo que había aprendido durante años de práctica intensa. Saltos, giros y equilibrios se sucedían con elegancia.

El público no podía dejar de aplaudir y animar a Luana mientras realizaba cada movimiento. Pero, de repente, en medio de una pirueta, Luana tropezó y cayó al suelo. El silencio invadió el lugar.

Luana se levantó rápidamente, un poco avergonzada pero decidida a terminar su rutina. Continuó con valentía y logró finalizarla con gracia y determinación. Aunque estaba decepcionada por la caída, Luana sabía que había dado lo mejor de sí misma.

Se despidió del tapiz con una reverencia y salió entre aplausos del público.

Mientras esperaba los resultados finales junto a sus padres, Luana pensaba en lo mucho que había aprendido esa tarde: que los errores son parte del crecimiento y que lo importante es levantarse y seguir adelante. Cuando anunciaron los resultados, Luana no pudo contener la emoción: ¡había ganado el tercer puesto! Recibió su merecido trofeo con una enorme sonrisa en el rostro.

"-¡Lo logré! ¡Tengo mi primer trofeo!", exclamó emocionada abrazando a sus padres. Esa noche, todos celebraron el éxito de Luana en casa. Mateo le dijo: "-Hermana, aunque hayas caído durante tu rutina, demostraste que nunca te rindes". Luana asintió con orgullo: "-Es verdad.

Aprendí que las caídas no definen quién soy como gimnasta ni como persona". Desde aquel día en adelante, Luana siguió entrenando y participando en competencias. Aunque enfrentó muchos desafíos, nunca dejó que las caídas la detuvieran.

Luana se convirtió en una gimnasta reconocida a nivel nacional e incluso representó a su país en varios campeonatos internacionales. Siempre recordaba aquella vez que tropezó y cómo eso la hizo más fuerte y resiliente.

La historia de Luana es un recordatorio de que los obstáculos no deben ser vistos como fracasos, sino como oportunidades para crecer y superarse. Y así, cada vez que mira su trofeo feliz, recuerda el poder de levantarse después de una caída y seguir adelante con determinación y valentía.

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