Luana y el Poder de la Amistad
Érase una vez, en un pequeño pueblo de Argentina, una niña llamada Luana. Tenía 10 años y era muy especial, pero a su manera. Aunque era brillante y tenía muchas ideas creativas, era muy introvertida, y prefería quedarse en casa con sus libros y lápices de colores en lugar de jugar con otros niños de su colegio.
Luana iba al colegio todos los días acompañada por sus padres. Un día, mientras caminaba hacia la escuela, pensaba en su tristeza y en lo difícil que le resultaba hacer amigos.
"¿Por qué será que no puedo hacer amigos?", se preguntaba Luana.
En clase, Luana se sentaba en una esquina, con su cuaderno lleno de dibujos de mundos fantásticos. Pero eso no la salvaba de las miradas burlonas de los chicos y chicas de las clases más altas.
"¡Mirá a Luana! Siempre dibujando, como si fuera una nena de 5 años!", gritó una de ellas, riéndose junto a su grupo.
A medida que pasaban los días, Luana se sentía más y más sola. Pero un día, todo cambió. Había una nueva alumna en su clase, una niña llamada Sofía, que también era reservada y disfrutaba de los cuentos de hadas tanto como Luana.
"Hola, soy Sofía", dijo una voz suave desde su lado.
Luana miró sorprendida y respondió tímidamente:
"Hola… yo soy Luana."
A partir de ese momento, las dos niñas comenzaron a hablar. Sofía le contó a Luana sobre su amor por los cuentos y la magia, y Luana le mostró algunos de sus dibujos.
"¡Me encantan tus dibujos! Eres muy talentosa", dijo Sofía, sonriendo.
Con el tiempo, las dos niñas se hicieron amigas inseparables. Pero los chicos grandes no dejaron de acosar a Luana, y un día, un grupo se acercó a ella con burlas.
"¿Todavía estás dibujando esos garabatos? Mirá, te traje una hoja para que lo hagas en grande". Dijo uno de ellos, mientras todos se reían.
Pero esta vez, algo dentro de Luana cambió. Miró a Sofía y luego a los chicos.
"No me importa lo que piensen", dijo Luana con una voz firme que nunca había usado antes. "Dibujar me hace feliz y eso es lo que importa".
Los chicos se quedaron sorprendidos por su respuesta. No sabían qué hacer. Sofía, sintiéndose inspirada, se unió a Luana:
"Y si no les gusta, está bien. A nosotros nos encanta ser amigos y apoyarnos".
Los acosadores se quedaron sin palabras y se fueron, murmurando entre ellos. Ese fue un momento decisivo para Luana. Se dio cuenta de que, aunque había soportado el bullying, la amistad de Sofía le había dado una fuerza que nunca imaginó tener.
Con el tiempo, más niños comenzaron a notar la valentía de Luana y Sofía. Otros se unieron a ellas, creando un círculo de amistad que nunca habían visto antes.
"¡Chicas! ¿Puedo dibujar con ustedes?", preguntó un niño llamado Tomás.
Luana sonrió. Ahora, no sólo tenía una amiga, sino un grupo de amigos que la apoyaban y que valoraban sus talentos.
"¡Claro! Todos pueden unirse. Aquí hay espacio para todos!", respondió Luana, radiante.
La hora de recreo se convirtió en un momento mágico donde todos se reunían a dibujar y contar historias. Luana aprendió que, aunque ser diferente puede ser difícil, tener amigos que te valoran puede hacer que todo sea más fácil.
Y así fue como Luana, la niña que alguna vez fue maltratada, aprendió el poder de la amistad y cómo eso puede cambiar todo. Con sus amigos a su lado, se sintió más feliz y fuerte, lista para enfrentar cualquier desafío que la vida le presentara.
La historia de Luana es un recordatorio de que, a veces, la verdadera magia no está en los cuentos de hadas, sino en la amistad y en ser valientes al ser uno mismo.
FIN.