Lucas y el hada de la paciencia



Había una vez un niño llamado Lucas que se enojaba por todo. Siempre que algo no salía como él quería, se ponía muy malhumorado y gritaba sin control.

Sus padres estaban preocupados porque no sabían cómo ayudarlo a controlar su temperamento. Un día, mientras Lucas jugaba en el parque, tropezó y se ensució toda la ropa.

En lugar de calmarse, como haría cualquier otro niño, empezó a patalear y a decir que odiaba ese parque y que nunca más iba a volver. - ¡Estoy harto de todo! ¡No quiero jugar más! -gritaba Lucas mientras lágrimas de rabia caían por sus mejillas. Una hada madrina que pasaba por ahí escuchó los gritos de Lucas y decidió intervenir.

Se acercó al niño y le dijo con voz dulce:- ¿Por qué estás tan enojado, pequeño? Lucas miró sorprendido al hada madrina y le contó lo sucedido.

La hada, con paciencia, le explicó:- A veces las cosas no salen como esperamos, pero está en nosotros elegir cómo reaccionar. El enojo solo nos hace sentir mal a nosotros mismos y a quienes nos rodean.

¿No preferirías sentirte feliz en lugar de molesto todo el tiempo? Lucas reflexionó sobre las palabras del hada madrina y decidió hacerle caso. A partir de ese momento, cada vez que sentía que el enojo lo invadía, recordaba las palabras de la hada y trataba de buscar soluciones en lugar de enfadarse.

Poco a poco, Lucas fue aprendiendo a controlar su temperamento. Cuando algo no salía como esperaba, respiraba profundo e intentaba ver el lado positivo de la situación. Sus padres notaron el cambio en él y se sintieron muy orgullosos.

Un día, mientras jugaba fútbol con sus amigos, Lucas perdió un partido importante. En lugar de enfurecerse como solía hacerlo antes, felicitó al equipo ganador con una sonrisa sincera.

- ¡Buen juego chicos! Ganaron justamente -dijo Lucas extendiendo su mano para saludar a sus amigos. Todos quedaron sorprendidos por la reacción de Lucas pero también contentos de verlo tan tranquilo y amigable. Desde ese día, Lucas se convirtió en un ejemplo para los demás niños del barrio.

La moraleja de esta historia es que todos podemos aprender a controlar nuestras emociones si nos lo proponemos. El enojo solo nos trae problemas pero la calma y la paciencia pueden abrirnos puertas inesperadas hacia la felicidad.

FIN.

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