Lucas y el poder de la amistad



Había una vez, en un pequeño pueblo llamado Villa Amistad, un niño llamado Lucas. Lucas era muy travieso y siempre estaba metido en problemas.

Le encantaba pelear con los demás niños del pueblo y no entendía por qué nunca lograba hacer amigos. Un día, mientras caminaba por el parque del pueblo, Lucas vio a un grupo de niños jugando felices juntos. Se acercó con curiosidad y les preguntó si podía unirse a ellos.

- ¡Hola chicos! ¿Puedo jugar con ustedes? -dijo Lucas con entusiasmo. Los niños se miraron entre sí y uno de ellos respondió:- Claro que sí, pero solo si prometes no pelear ni meterte en problemas. Lucas se quedó pensativo por un momento.

Nunca antes le habían pedido eso, pero realmente quería hacer amigos. - Está bien, prometo que no voy a pelear más -respondió Lucas sinceramente. A partir de ese día, Lucas comenzó a pasar tiempo con sus nuevos amigos.

Juntos jugaban al fútbol, andaban en bicicleta y exploraban el bosque cercano al pueblo. Lucas descubrió lo divertido que era tener amigos con quienes compartir aventuras. Era maravilloso poder reírse juntos y ayudarse mutuamente cuando alguien necesitaba apoyo.

Sin embargo, aunque había dejado atrás su actitud combativa, había momentos en los que la tentación de pelear volvía a surgir dentro de él.

Un día mientras jugaban al fútbol, otro niño hizo una falta contra él que lo hizo caer al suelo. En ese instante sintió como la rabia se apoderaba de él y estaba a punto de levantarse para enfrentar al niño.

Pero antes de que pudiera hacer algo, uno de sus amigos se acercó a él y le dijo:- Lucas, recuerda lo que prometiste. No vale la pena pelear por cosas pequeñas. Es mejor resolver los problemas hablando y buscando soluciones juntos. Lucas reflexionó sobre las palabras de su amigo y decidió seguir su consejo.

Se levantó del suelo con una sonrisa en el rostro y extendió la mano hacia el niño que lo había derribado. - Lo siento por mi reacción anterior. Fue un accidente, no pasa nada -dijo Lucas amigablemente.

El niño aceptó la disculpa y juntos continuaron jugando al fútbol como si nada hubiera pasado. Con el tiempo, Lucas se fue convirtiendo en un ejemplo para los demás niños del pueblo.

Aprendió a controlar su temperamento y a resolver los conflictos sin violencia. Su actitud amistosa y positiva hizo que más niños quisieran ser sus amigos. Un día, mientras todos estaban celebrando el cumpleaños de uno de sus amigos en el parque, Lucas miró a su alrededor con alegría.

Se dio cuenta de cuánto había cambiado desde aquel día en el que decidió dejar atrás las peleas para hacer amigos verdaderos.

Desde ese momento, Lucas supo que había aprendido una valiosa lección: para hacer amigos no es bueno pelear; es mejor ser amable, comprensivo y buscar siempre la paz. Y así fue como Lucas vivió feliz rodeado de buenos amigos en Villa Amistad hasta el final de sus días.

FIN.

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