Lucas y la maestra de las emociones
Había una vez en un barrio muy tranquilo de Buenos Aires, un niño llamado Lucas que tenía un problema: le costaba mucho controlar su llanto y lloraba por todo.
En la escuela, si se equivocaba en una tarea o si sus compañeros lo molestaban, las lágrimas brotaban sin poder detenerlas. Y en su casa, cualquier regaño de sus padres o hermanos provocaba un torrente de llanto desconsolado.
Un día, cansado de sentirse triste y avergonzado por llorar tanto, Lucas decidió buscar ayuda. Fue a hablar con la maestra Mirta, una mujer sabia y cariñosa que siempre estaba dispuesta a escuchar a sus alumnos.
"Maestra Mirta, no sé qué me pasa pero no puedo dejar de llorar todo el tiempo. ¿Me podría ayudar?", le dijo Lucas entre sollozos. La maestra Mirta lo miró con ternura y le respondió: "Claro que sí, querido Lucas.
Primero que nada, quiero que sepas que está bien expresar tus emociones y que no hay nada de malo en llorar. Pero también es importante aprender a controlar esos sentimientos para poder enfrentar los problemas de manera positiva".
La maestra Mirta comenzó a trabajar con Lucas enseñándole técnicas para manejar sus emociones. Le enseñó a respirar profundo cuando sintiera ganas de llorar, a contar hasta diez antes de reaccionar impulsivamente y a pensar en soluciones prácticas cuando se enfrentara a situaciones difíciles.
Con el paso del tiempo, Lucas fue notando cambios en su actitud. Ya no lloraba tan fácilmente como antes y aprendió a comunicarse mejor con los demás cuando algo lo incomodaba. Sus compañeros notaron la diferencia y empezaron a tratarlo con más respeto.
Pero un día llegó una situación inesperada: durante un partido de fútbol en la escuela, uno de los chicos empujó a Lucas haciéndolo caer al piso. Todos esperaban verlo llorar como solía hacerlo antes, pero esta vez algo distinto sucedió.
Lucas se levantó con determinación, se sacudió el polvo de la ropa y mirando fijamente al chico que lo había empujado dijo con voz firme: "No me gusta cómo me trataste, pero prefiero hablar las cosas en lugar de pelear".
Todos quedaron sorprendidos por la valentía y madurez demostrada por Lucas. El chico se disculpó sinceramente y desde ese día empezaron una amistad basada en el respeto mutuo.
Cuando llegó el momento del recreo siguiente, todos invitaron a jugar a Lucas como nunca antes lo habían hecho. Se sentía feliz por haber superado su miedo al conflicto y saber cómo resolverlo sin recurrir al llanto.
A partir de ese día, Lucas siguió practicando las enseñanzas de la maestra Mirta y poco a poco fue convirtiéndose en un niño seguro de sí mismo capaz de enfrentar cualquier desafío sin derramar lágrimas innecesarias.
Y colorín colorado este cuento ha terminado pero recuerda ¡Siempre es bueno expresar nuestras emociones pero también es importante aprender cómo manejarlas!
FIN.