Lucas y la Magia de los Números
Era una soleada tarde en el barrio de Lucas, un niño de cinco años lleno de energía e imaginación. Desde la ventana de su casa, observaba cómo su mejor amigo Tomi jugaba a la pelota con un grupo de chicos. Al verlo tan feliz, el corazón de Lucas se llenó de ganas por unirse al juego. Pero había algo que le preocupaba: nunca había aprendido a contar, y cuando los otros chicos empezaban a contar los goles, Lucas se sentía un poco perdido.
Finalmente, se armó de valor y salió de su casa.
- ¡Hola, Tomi! - gritó Lucas al acercarse a la cancha improvisada en la esquina.
- ¡Lucas! ¡Vení a jugar con nosotros! - respondió Tomi sonriendo.
Los otros chicos lo miraron un poco extrañados, pero sonrieron al ver la ilusión en los ojos de Lucas.
- ¿Sabés contar los goles? - preguntó uno de los chicos, que se llamaba Lauti.
Lucas hizo una mueca, un poco avergonzado.
- No... no sé contar. - dijo en voz baja.
- No te preocupes, estamos para ayudarnos - interrumpió Tomi, poniendo una mano en el hombro de Lucas. - ¡Vení, te enseño!
Lucas se sintió un poco más tranquilo al escuchar a su amigo.
Comenzaron a jugar, y aunque Lucas no sabía contar, su entusiasmo era contagioso. La pelota rodaba de un lado a otro, y él se llenaba de alegría cada vez que tomaba la pelota.
Uno de los chicos, Mateo, hizo un gol y levantó los brazos al cielo.
- ¡Uno! - gritó.
Luis, otro amigo, lo miró.
- No es solo uno, son dos. ¡Yo hice el primero! - se quejó.
Tomi se acercó a Lucas y le dijo:
- ¿Ves? Cuando hacen un gol, ellos cuentan. Pero en realidad, vos podés inventar tu propio juego. El fútbol es para divertirse, no solo para contar. -
Lucas sonrió, entendiendo que lo importante era jugar y disfrutar, no necesariamente contar goles. En ese momento, su timidez se desvaneció, y empezó a correr tras la pelota con más ganas todavía.
Jugaron por un rato largo, y cada vez que alguien hacía un gol, los otros aplaudían.
- ¡Eso es lo que vale! - decía Tomi. - Hiciste un gran juego, Lucas.
Lucas empezó a contar los goles a su manera. Cuando alguien hacía uno, en vez de contar, decía “¡Eso fue genial! ” y hacía una especie de baile de celebración. Todos empezaron a unirse a su forma de jugar, creando una nueva forma de contar, que sólo se trataba de alegría.
Pero en un momento, el grupo empezó a jugar una versión diferente del fútbol: se tenían que contar los pasos mientras jugaban.
- OK, ahora vamos a contar hasta diez mientras corremos. - dijo Lauti.
Lucas se sintió un poco nervioso, ya que no sabía contar, pero no quería quedar fuera del juego.
- Yo puedo ayudarlo - dijo Tomi, decidido. - Vamos a hacer una cosa. Lucas, yo voy a contar y vos me seguís. -
- ¡De acuerdo! - respondió Lucas, sintiéndose aliviado.
Así, contaron juntos mientras corrían:
- Un, dos, tres... - decía Tomi mientras Lucas lo seguía como si fuera un juego de adivinanza.
Cada vez que llegaban a diez, Lucas daba un salto de felicidad. Lo maravilloso era que, aunque no sabía los números, se sentía parte del grupo, y su alegría era contagiosa.
Al finalizar el juego, Tomi se acercó a Lucas y le dijo:
- ¿Ves? No necesitás contar para divertirte. Solo necesitás un buen amigo y un poco de imaginación.
Lucas sonrió, agradecido por la experiencia.
- ¡Gracias, Tomi! Nunca pensé que jugar podía ser tan divertido.
- ¡Siempre vamos a estar para ayudarnos! - concluyó Tomi con una sonrisa.
A partir de ese día, Lucas no solo se divirtió jugando al fútbol, sino que también hizo un pacto con Tomi para aprender a contar juntos. Con ayuda de sus amigos y mucha diversión, Lucas descubrió que contar no era tan difícil como pensaba.
Así, el fútbol se convirtió en su juego favorito, no solo por los goles, sino por los amigos y las risas compartidas. Lucas aprendió que, aunque no sabía contar, su creatividad y alegría eran el mejor equipo que podía tener.
FIN.