Lucas y la sabiduría de Sócrates
Había una vez un niño llamado Lucas, curioso e inquieto, que paseaba por el parque cuando de repente se encontró con un hombre mayor, de barba blanca y mirada sabia. Era Sócrates, el filósofo.
"¡Hola, pequeño amigo! ¿Qué te trae por aquí?", preguntó Sócrates con amabilidad. Lucas, sorprendido por la presencia del anciano, respondió: "Estoy dando vueltas pensando en la escuela y en todo lo que aprendo. A veces me pregunto si realmente estoy aprendiendo lo correcto".
Sócrates sonrió y dijo: "Interesante reflexión para alguien tan joven. La educación es como un viaje sin fin donde siempre estamos descubriendo nuevas cosas.
¿Te gustaría hablar más sobre esto?"Asombrado por la propuesta, Lucas aceptó encantado y juntos se sentaron en un banco del parque para conversar. "¿Qué crees que es lo más importante que deberíamos aprender en la escuela?", preguntó Sócrates con curiosidad.
"Creo que las matemáticas y las ciencias son muy importantes", respondió Lucas rápidamente. Sócrates asintió y dijo: "Sin duda, son fundamentales. Pero hay algo aún más importante: aprender a pensar por nosotros mismos, a cuestionar lo que nos dicen y a buscar la verdad".
El niño frunció el ceño sin entender del todo. "Pero ¿cómo podemos hacer eso?"—"Preguntando" , respondió Sócrates con calma. "Siempre pregunta el por qué de las cosas, no des nada por sentado. Esa es la clave para un verdadero aprendizaje".
Lucas reflexionó sobre las palabras del filósofo y de repente recordó algo importante: "¡Mi maestra siempre dice que no hay preguntas tontas!"Sócrates rió suavemente y agregó: "Exactamente. Nunca temas hacer preguntas, incluso si parecen obvias.
Solo así podrás ampliar tu conocimiento y comprensión del mundo". Los dos continuaron charlando animadamente durante horas, explorando diferentes temas y compartiendo sus puntos de vista únicos. Al final del día, Lucas se despidió de Socrates sintiéndose inspirado y motivado a seguir aprendiendo cada día.
A partir de ese encuentro en el parque, Lucas se convirtió en un estudiante ejemplar que no solo memorizaba información, sino que también cuestionaba y razonaba sobre ella.
Y así descubrió el verdadero valor de una educación auténtica: no solo acumular datos sino desarrollar su pensamiento crítico y su capacidad para encontrar respuestas por sí mismo.
Desde entonces, cada vez que alguien le preguntaba cómo había llegado a ser tan sabio para su corta edad, él simplemente sonreía y decía: "Fue gracias a una charla en el parque con un gran filosofo llamado Socrates". Y todos los niños querían conocer al misterioso anciano sabio con quien había hablado aquel día soleado en el parque.
FIN.