Lucas y los duendes traviesos


Había una vez en una pequeña ciudad, una calle llamada Calle Duendes. Esta calle era famosa por sus travesuras y bromas que los duendes hacían a quienes pasaban por allí.

Los carros que transitaban por la autopista cercana siempre tenían que estar alerta, ya que los duendes solían hacerles todo tipo de travesuras. Un día, llegó un nuevo vecino a la ciudad llamado Lucas.

Era un niño muy curioso y aventurero, al cual le encantaba explorar su entorno. Desde el primer día en su nueva casa, escuchó historias sobre las travesuras de los duendes en la Calle Duendes.

Lucas no podía resistirse a la tentación de descubrir qué había detrás de esas historias y decidió ir a investigar. Caminó hasta llegar a la Calle Duendes y se encontró con un cartel que decía: "¡Cuidado con las travesuras! ¡Los duendes están aquí!".

Sin embargo, Lucas no se dejó intimidar y avanzó con valentía por la calle. De repente, vio una sombra moverse rápidamente entre los árboles y siguió su rastro hasta llegar a un pequeño parque lleno de juegos coloridos.

Allí encontró a un grupo de duendecillos jugando al escondite entre las hamacas y toboganes. Se acercó lentamente hacia ellos y les dijo amablemente: "¡Hola! Soy Lucas, el nuevo vecino ¿Puedo jugar con ustedes?". Los duendecillos se miraron sorprendidos pero luego sonrieron divertidos ante la propuesta del niño.

Uno de ellos, llamado Travesurito, se adelantó y dijo: "¡Claro que sí! Pero primero debes superar una prueba para demostrar que eres digno de jugar con nosotros". Lucas aceptó el desafío y Travesurito le propuso una carrera por la autopista cercana.

El niño sabía que era peligroso correr en medio de los carros, pero estaba dispuesto a demostrar su valentía. La carrera comenzó y Lucas corría lo más rápido que podía mientras esquivaba los carros a toda velocidad.

Los duendecillos vitoreaban desde la acera animándolo. Parecía imposible ganarles, ya que ellos eran más rápidos y pequeños. Sin embargo, cuando Lucas estaba a punto de rendirse, recordó algo importante: no se trataba solo de ser veloz, sino también inteligente.

Decidió tomar un atajo por un camino lateral poco transitado y logró adelantar a los duendecillos justo antes de llegar a la meta. Los duendecillos quedaron asombrados por la astucia del niño y celebraron su victoria con alegría.

Desde ese día, Lucas se convirtió en amigo de todos los duendecillos de Calle Duendes.

A partir de entonces, cada vez que alguien pasaba por la Calle Duendes, en lugar de hacerles bromas pesadas como solían hacerlo antes, los duendecillos les jugaban travesuras divertidas e inofensivas para alegrar el día de las personas. Lucas enseñó a sus nuevos amigos sobre el valor del juego limpio y cómo divertirse sin lastimar a nadie.

Juntos crearon un ambiente de risas y alegría en la Calle Duendes, donde todos los vecinos disfrutaban de las travesuras sin preocuparse por sus consecuencias negativas.

Y así, gracias a la valentía y astucia de Lucas, la Calle Duendes se convirtió en un lugar mágico donde los duendecillos aprendieron a divertirse sin hacer daño, enseñando a todos que el juego y la diversión pueden ser una experiencia maravillosa si se realizan con respeto y amistad.

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