Lucía y el Jardín de los Animales
Lucía era una niña de seis años que vivía en un pueblo maravilloso, rodeada de naturaleza. Su casa estaba llena de plantas, flores de colores y mariposas que danzaban en el aire. Cada mañana, Lucía se despertaba con el canto de los pájaros y correteaba por el jardín de su casa, donde su padre, don Roberto, pasaba horas cuidando de los animales.
Don Roberto era conocido en el pueblo por su gran corazón. Cada vez que encontraba un animal herido o perdido por la calle, lo llevaba a casa. Tenía un pequeño refugio en su jardín, lleno de casitas de madera, comida y agua. Lucía ayudaba a su padre en todo lo que podía.
Un día, mientras recolectaban flores silvestres, Lucía se detuvo en seco, al ver algo moviéndose entre la maleza. - Papá, ¡mirá! - gritó emocionada. Don Roberto se acercó. - ¿Qué encontraste, Lucía? - Es un pequeño conejito, creo que está asustado.
Con mucho cuidado, Lucía acercó sus manos al conejito, que temblaba de miedo. - No te preocupes, pequeño, no te haremos daño - susurró Lucía mientras acariciaba su suave pelaje. Don Roberto sonrió y dijo: - Está bien, llevémoslo a casa. Necesita un nombre.
Pensaron un momento. - ¡Lo llamaremos Copito! - exclamó Lucía, y su padre estuvo de acuerdo.
Al llegar a casa, Lucía y su padre le dieron a Copito un lugar confortable para descansar. Lucía estaba muy feliz de tener un nuevo amigo en su jardín, y prometió cuidarlo siempre.
Los días pasaron y Lucía se convirtió en la mejor amiga de Copito. Jugaban juntos en el jardín, corrían entre las flores y disfrutaban del sol. Pero un día, mientras jugaban, Copito se escapó y se perdió en el bosque. Lucía se asustó. - ¡Papá! ¡Copito se fue! - gritó angustiada.
Don Roberto, con su mirada tranquila, le dijo: - No te preocupes, Lucía. Vamos a buscarlo. Juntos, se adentraron en el bosque, llamando a Copito. - ¡Copito! ¡Ven aquí, amigo! - gritó Lucía.
Mientras buscaban, se encontraron con muchos animales que los miraban curiosos. - ¡Mirá! - dijo Lucía, señalando un grupo de ciervos. - ¿Los ves? Ellos saben dónde puede estar Copito. - Sí, quizás estén dispuestos a ayudarnos - respondió don Roberto.
Lucía se acercó a los ciervos y les explicó su situación. - Por favor, ¿han visto a un conejito blanco llamado Copito? - Los ciervos se miraron entre sí y uno se inclinó. - Lo vimos correr hacia el río - dijo con una voz suave.
Lucía se emocionó. - ¡Gracias! ¡Vamos, papá! - se apuró en decir. Correr hacia el río era un paisaje hermoso. El sol brillaba, el agua brillaba como diamantes y las aves cantaban alegres.
Cuando llegaron al río, comenzaron a llamar nuevamente a Copito. - ¡Copito! ¡Ven aquí! - y de repente, un pequeño conejito salió de entre los arbustos. - ¡Copito! - gritó Lucía, corriendo hacia él.
Su padre se acercó despacio y le dijo: - Bien ganaste a tu amigo de vuelta. Aprendiste que a veces hay que pedir ayuda. - Lucía sonrió mientras abrazaba a Copito. - No voy a dejar que se aleje nunca más.
Con Copito en brazos, Lucía entendió una lección importante: la amistad es valiosa y a veces, hay que buscar el apoyo de otros para lograr lo que queremos. Desde ese día, nunca dejaron de cuidar a los animales del pueblo, y además, Lucía comenzó a enseñar a sus amigos sobre el amor y respeto por todos los seres vivos.
Así, el jardín de Lucía se llenó no solo de flores y mariposas, sino también de risas y muchas aventuras con su querido amigo Copito y todos los animales que su padre rescataba. Lucía hizo de su hogar un refugio de amor, donde la amistad y la naturaleza vivían en armonía.
FIN.