Lucía y el Valor de la Amistad



Había una vez en un pequeño barrio de Buenos Aires, una niña llamada Lucía. A simple vista, podía parecer una niña como cualquier otra: jugaba al fútbol, amaba pasear por el parque y le encantaba dibujar. Pero había algo que la hacía diferente: Lucía no quería tener amigas.

Un día, mientras pintaba en el parque, escuchó un grupo de niñas riendo y jugando cerca de su árbol favorito. Se asomó detrás de los arbustos y observó cómo se pasaban una pelota de colores y se divertían. Lucía frunció el ceño.

-“¿Para qué quieren tantas amigas? Siempre están hablando y no hacen nada interesante”-, pensó.

A la mañana siguiente, decidió ir a la biblioteca del barrio. Allí, un niño llamado Tomi le pidió compartir la mesa.

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“Hola, ¿puedo sentarme aquí? ”- preguntó Tomi, moviendo su cabeza nerviosamente.

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“Claro, pero no me hables, estoy concentrada en mis dibujos”-, respondió Lucía sin mirarlo.

Mientras Lucía dibujaba, Tomi la miró con curiosidad y le dijo: - “Tus dibujos son geniales, nunca vi algo así”.

Pero Lucía ni siquiera respondió, solo continuó trazando líneas en su hoja.

Con el tiempo, los días pasaron y Lucía se dio cuenta de que no solo estaba sola, sino que se había perdido de muchas aventuras y risas. En el parque, las niñas del grupo de antes seguían jugando entre ellas. No les importaba que no estuviera, pero sí le gustaban sus risas.

Un día apareció un globo enredado en una rama alta. El grupo de chicas intentó alcanzarlo, pero era muy difícil.

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“Si alguien pudiera treparse al árbol, podríamos soltar el globo”,- dijo una de ellas.

Lucía, que estaba a lo lejos observando, sintió un impulso extraño.

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“Si lo alcanzo yo, me dejarán jugar”,- pensó. Sin pensarlo dos veces, se acercó.

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“¿Puedo ayudar? ”- preguntó con una sonrisa tímida. Las chicas la miraron sorprendidas.

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“¿Sabés trepar árboles? ”- preguntó una de ellas, abierta a la idea.

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“Sí, un poco...”,- respondió Lucía, tratando de sonar segura.

1. Entonces, Lucía trepó con destreza y alcanzó el globo. Las chicas aplaudieron cuando lo bajó con alegría.

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“¡Gracias, Lucía! No sabía que eras tan buena trepadora”,- dijo la más alta de las niñas.

Fue entonces que a Lucía le entró una cálida sensación. Por primera vez sintió que pertenecía a algo.

Días después, decidió llevar sus pinturas al parque. Las chicas, al verla, se acercaron.

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“Nuestra amiga también hace dibujos, ¿por qué no los muestra? ”- sugirió una de ellas.

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“No sé...”,- dijo Lucía, dudando.

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“Ven, ¡queremos verlos! ”- la animaron.

Cuando Lucía mostró sus obras, las niñas quedaron fascinadas.

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“Son hermosas, ¡tenés mucho talento! ”-

exclamó una pequeña rubia.

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“Podríamos hacer una exposición en el parque”,- sugirió otra.

Esta idea encendió una chispa en el corazón de Lucía. Al final, decidió aceptar su invitación y juntas, hicieron una exposición de dibujos.

La jornada fue divertida, llena de risas, juegos y creatividad.

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“¡Nunca pensé que me gustaría tanto esto! ”-, exclamó Lucía sonriendo.

Al caer la tarde, mientras el sol se ponía, las chicas se abrazaron y Lucía aprendió que había mucho valor en compartir y tener amigas.

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“Gracias por dejarme ser parte de esto”,- les dijo, con sinceridad en su voz.

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“Siempre, Lucía. Ahora somos un equipo”,- contestó la más alta, sonriendo.

Desde entonces, Lucía siempre tuvo un rincón en su corazón para sus nuevas amigas y aprendió que la amistad es uno de los regalos más bellos que uno puede encontrar en la vida.

FIN.

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