Lucía y Juan en la Selva Misionera



Era un día soleado cuando Lucía y Juan decidieron que era el momento perfecto para explorar la selva misionera. Habían escuchado historias sobre sus árboles gigantes, ríos cristalinos y animales asombrosos, y estaban decididos a vivir su propia aventura.

"¡No puedo creer que por fin vamos a la selva!" - exclamó Lucía con entusiasmo mientras ajustaba su mochila.

"Yo tampoco. Escuché que hay una cascada escondida que nadie conoce. ¡Quiero encontrarla!" - respondió Juan, lleno de emoción.

Los amigos se pusieron en marcha y, mientras caminaban, admiraban la belleza de la selva. Flores de colores brillantes florecían por todas partes, y el canto de las aves alegraba el ambiente.

Después de un rato, se encontraron con un atasco inesperado: una liana enorme colgaba del árbol justo en medio del camino.

"¿Cómo vamos a pasar por aquí?" - preguntó Lucía, mirando hacia arriba con curiosidad.

"Creo que debería intentar escalarla. ¡Puede ser divertido!" - dijo Juan, decidido.

Lucía se rió, pero le advirtió:

"¡Ten cuidado! No quiero que te caigas. Yo voy a buscar un camino alternativo."

Juan comenzó a treparse, pero en el momento en que alcanzó la mitad de la liana, perdió el equilibrio y resbaló, cayendo suavemente en una pila de hojas.

"¡Ay, eso fue divertido!" - rió Juan mientras se levantaba, un poco adolorido pero feliz.

"¡Eres un valiente! Ahora, vamos a buscar ese camino alternativo."

Siguieron avanzando con precaución, hasta que de repente, se encontraron frente a un río caudaloso. Mirando hacia arriba, vieron un hermoso puente de madera que parecía llevar a la otra orilla.

"¿Te parece seguro cruzar?" - preguntó Lucía, escaneando el puente.

"Sí, pero hay que ir despacio. ¡No quiero caer al agua!" - contestó Juan.

Ambos cruzaron con cuidado, disfrutando del fresco rocío que el río les ofrecía. Justo al llegar al otro lado, escucharon un sonido extraño que provenía de detrás de unos arbustos.

"¿Escuchaste eso?" - preguntó Lucía, algo asustada.

"Debemos averiguarlo. ¡Vamos!" - dijo Juan, aventurero.

Avanzaron con cautela y descubrieron que el sonido provenía de un grupo de monos que estaban jugando en los árboles.

"¡Mirá qué lindos son!" - dijo Lucía, maravillada.

De repente, uno de los monos se acercó a ellos, mirando con curiosidad.

"¡No se acercan mucho!" - advirtió Juan, pero Lucía extendió su mano lentamente.

Para sorpresa de ambos, el mono tomó una fruta de su mano y se alejó brincando.

"¡Ese fue un encuentro increíble!" - expresó Juan, lleno de alegría.

Después de jugar un rato observando a los monos, continuaron su camino. Lucía se acordó de la cascada y preguntó:

"¿Sabés por dónde queda?"

"Creo que deberíamos seguir el sonido del agua. ¡No puede estar lejos!" - sugirió Juan.

Siguiendo el murmullo del agua, finalmente llegaron a la cascada escondida, que caía desde una roca alta, formando un charco cristalino en la base.

"¡Es más hermosa de lo que imaginaba!" - exclamó Lucía, asombrada por el lugar.

"Vamos a nadar un rato. ¡Este es el cierre perfecto para nuestra aventura!" - propuso Juan mientras se quitaba la ropa.

Se lanzaron al agua y se divirtieron chapoteando. Fue un momento mágico en el que disfrutaron de la naturaleza y su amistad.

Al final del día, exhaustos pero felices, se sentaron a la orilla de la cascada, mirando el paisaje.

"Hoy fue un gran día. Nunca olvidaré nuestra aventura en la selva" - dijo Lucía, sonriendo.

"Yo tampoco, y ahora sabemos que siempre podemos resolver problemas juntos. ¡La próxima aventura será aún mejor!" - respondió Juan.

Y así, Lucía y Juan prometieron explorar cada rincón de la selva misionera, siempre apoyándose y aprendiendo uno del otro.

Esa fue una experiencia que los uniría aún más como amigos, llevándose consigo no solo recuerdos, sino también importantes lecciones sobre la amistad, el trabajo en equipo y la belleza de la naturaleza.

FIN.

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