Luciana y el Misterio de los Dulces Perdidos



Era una noche mágica de Halloween en un pequeño pueblo. Las estrellas brillaban en el cielo oscuro y el aire se llenaba de risas y emocionantes gritos de niños disfrazados. Luciana, una niña de ocho años, lucía espectacular en su vestido de ruja color morado con un sombrero puntiagudo que hacía juego. Su bolsita también era morada, perfecta para recolectar todos los dulces que pudiera.

- ¡Truco o trato! - gritaba Luciana mientras recorría las calles iluminadas por las linternas de calabaza.

Los vecinos, encantados, le daban golosinas.

- ¡Qué lindo disfraz! - la saludó la señora Marta, dándole un caramelo.

- ¡Gracias! - respondió Luciana con una sonrisa amplia.

Después de un rato, su bolsita estaba tan llena que casi no podía cargarla. Decidió que era hora de regresar a casa para compartir los dulces con su mamá, a quien había dejado preparando la cena.

Cuando llegó, la casa estaba en silencio.

- Mamá, estoy en casa - llamó Luciana, pero no obtuvo respuesta.

Miró a su alrededor. La cocina estaba vacía y el celular de su mamá seguía sobre la mesa.

- ¿Dónde estará? - se preguntó Luciana.

Decidida a encontrar a su mamá, Luciana decidió salir a buscarla. Cogió su bolsita llena de dulces, y salió a la calle de nuevo. Mientras caminaba, notó que los otros niños estaban regresando a casa también. Se acercó a un grupo que estaba hablando.

- ¿Ustedes vieron a mi mamá? - preguntó Luciana con preocupación.

- No, pero si quieres, podemos ayudarte a buscarla - ofreció Gonzalo, un niño disfrazado de monstruo.

- ¡Sí, por favor! - respondió Luciana aliviada. Juntos formaron un pequeño grupo y comenzaron a preguntar a otros vecinos.

Mientras recorrían el pueblo preguntando, Luciana se dio cuenta de algo importante. A medida que hacían su búsqueda, la gente comenzó a salir de sus casas para ayudar.

- Aquí estoy, cariño - llamó de repente una voz. Era la mamá de Luciana, que venía paseando por la calle del barrio.

- ¡Mamá! - gritó Luciana con alegría.

Corrió hacia ella, y su mamá la abrazó.

- Perdón, estuve ayudando a la señora Ana que se sentía sola esta noche. Quería que no estuvieras preocupada - explicó su mamá mientras miraba a los amigos de Luciana.

- Estoy tan feliz de encontrarte, pero saben que debemos compartir todos nuestros dulces - dijo Luciana, mirándolos con una sonrisa.

- ¡Sí! - acordaron todos juntos.

Juntos, Luciana, su mamá y sus amigos regresaron a casa. Esa noche, compartieron risas y caramelos, y Luciana comprendió lo maravilloso que era ayudar y compartir con los demás.

Y así, la mágica noche de Halloween terminó con dulces, risas y amor, recordándole a Luciana que no solo se trata de recolectar, sino también de crear lazos y ayudar a quienes más lo necesitan.

FIN.

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