Luis Alfonso en el Parque de Juegos
Era un hermoso día soleado y Luis Alfonso, un pequeño con grandes ojos brillantes, decidió que era el momento perfecto para visitar el parque de juegos. Al llegar, pudo ver el tobogán rojo y alto que relucía bajo la luz del sol. Los columpios se mecían suavemente con la brisa y un grupo de niños reía mientras jugaban a la pelota sobre la fresca grama verde.
- ¡Hola! -saludó Luis Alfonso a una niña que jugaba con un perrito. - ¿Te gustaría jugar con nosotros? -
- ¡Sí! -respondió ella sonriente, mientras acariciaba a su perrito. Juntos corrieron hacia el columpio y Luis Alfonso se subió primero. Mientras se mecía, sentía que podía tocar el cielo con sus manos.
- ¡Mirá cómo vuelo! -gritó feliz mientras se balancaba más alto y más alto. La niña aplaudía, emocionada. Pero de repente, el columpio se detuvo y Luis Alfonso se dio cuenta de que había un niño nuevo en el parque, un poco triste y sentado solo en un rincón.
- ¿Por qué no te vienes a jugar? -le preguntó la niña al niño triste.
- No sé si sé jugar bien... -respondió él, morderse el labio. Pero Luis Alfonso, siempre amable, le sonrió.
- Todos lo hacemos bien cuando jugamos juntos. ¡Ven! -lo invitó con entusiasmo. El niño dudó un momento, pero luego se levantó y caminó hacia ellos.
Luis Alfonso, la niña y el nuevo amigo comenzaron a jugar al chute, pateando la pelota y riendo a carcajadas. Con cada toque, el niño comenzaba a sentirse más feliz y parte del grupo. Aprendieron a pasar la pelota y a compartir risas, y pronto se olvidaron de que alguna vez había estado triste.
- Esto es muy divertido -dijo el niño, ahora con una gran sonrisa. - Gracias por invitarme.
- ¡De nada! -respondieron todos juntos mientras regresaban a los columpios. El sol brillaba más fuerte mientras se reían y disfrutaban de su nueva amistad. Pronto, los cuatro se unieron a más niños y el parque se llenó de risas y juegos, creando un día inolvidable.
Finalmente, cuando llegó la hora de irse, Luis Alfonso miró a sus nuevos amigos y dijo: - Esta fue una de las mejores tardes de mi vida. ¿Podemos jugar de nuevo mañana? -
- ¡Claro! -gritaron al unísono, todos con una gran sonrisa en sus rostros mientras se marchaban, prometiendo que volverían a jugar juntos. En su corazón, Luis Alfonso sabía que la amistad y el juego siempre pueden iluminar el día más gris.
Y así, el pequeño Luis Alfonso aprendió que invitar a los demás a jugar es una forma especial de hacer que todos se sientan incluidos y felices en el parque de juegos.
FIN.