Luis y el gran mercado de la repostería



Había una vez un niño llamado Luis que vivía en un pequeño barrio de una ciudad argentina. Desde muy chiquito, Luis había desarrollado una pasión por la repostería. Veía a su mamá hornear tortas y galletas, y cada vez que sacaba algo del horno, sus ojos brillaban de alegría.

"¡Mamá, yo quiero aprender!" - le decía incansablemente.

Luis pasaba horas en la cocina, experimentando con recetas que encontraba en libros y páginas de internet. Un día decidió que quería compartir sus creaciones con otros.

"Voy a vender mis galletitas afuera de casa, ¡voy a tener mi propio negocio!" - exclamó entusiasmado.

Así que un soleado sábado, Luis instaló una pequeña mesa frente a su casa con un cartel que decía: "¡Galletitas de Luis, riquísimas y frescas!" Pronto, algunos vecinos comenzaron a acercarse.

"¿Cuánto cuesta, Luis?" - preguntó la señora Marta, su vecina.

"Cincuenta pesos por una bolsa de galletitas" - respondió el niño haciendo un gesto con la mano.

Sin embargo, a medida que las ventas crecían, algunos adultos comenzaron a preocuparse.

"Luis, querido, ¿sabes si lavaste bien tus manos?" - preguntó don Carlos, un amigo de la familia.

"¡Claro que sí!" - contestó Luis, aunque en el fondo sabía que a veces estaba tan emocionado por hornear que no prestaba atención a esos detalles.

Días después, Luis decidió hacer unos pasteles de chocolate para atraer a más clientes. Pero al ir a venderlos, un vecino, el Sr. Rodríguez, le dijo:

"Luis, esos pasteles no tienen etiqueta y no sé si están en buen estado. La gente puede enfermarse. Es muy importante que sepas sobre la manipulación de alimentos."

Luis se sintió confundido pero decidido a mejorar. Así que, con la ayuda de su papá y su mamá, comenzó a investigar sobre la manipulación de alimentos. Pronto descubrió que era vital mantener todo limpio, usar guantes y etiquetar lo que vendía.

"¡Mamá, papá! Quiero hacer un curso de cocina profesional. Necesito aprender para seguir con mi negocio, ¡pero de la manera correcta!" - les dijo un día.

Sus padres apoyaron su idea y lo inscribieron en un taller sobre manipulación de alimentos. Allí, Luis aprendió muchas cosas: cómo evitar la contaminación y la importancia de mantener una buena higiene.

"El secreto de un buen negocio no solo está en saber cocinar, sino también en cuidar a los clientes" - le enseñó la instructora.

Después de unas semanas, Luis volvió a abrir su puesto, esta vez con una gran sonrisa y lleno de confianza.

"¡Bienvenidos a La Dulce Aventura!" - gritó entusiasmado mientras mostraba su nuevo cartel.

Los vecinos se acercaron, pero esta vez podían ver que había un cambio. Luis había preparado etiquetas para cada galletita y pastel, y todo se veía más limpio y ordenado.

"Luis, qué bien te quedó todo, se ve delicioso y seguro" - dijo la señora Marta, sonriente.

Con el tiempo, el negocio de Luis floreció. Además de vender sus deliciosos productos, también decidió compartir lo que había aprendido. Comenzó a organizar pequeñas charlas para enseñar a otros niños sobre la importancia de la higiene en la cocina y la diversión de cocinar.

"Hornear es divertido, pero con responsabilidad, chicos. ¡Cuidemos nuestra salud!" - contaba a sus amigos.

Así, Luis no solo ganó dinero con su puesto de repostería, también se convirtió en un ejemplo para otros niños de su barrio, enseñando que, para ser un gran cocinero, hay que cuidar de los demás y aprender siempre algo nuevo.

Cada sábado, los vecinos lo visitaban y Luis se gratificaba al ver que sus tartas y galletas hacían feliz a la gente, mientras él sonreía al pensar en lo que había logrado al aprender a hacer las cosas bien. El amor por la repostería y el cuidado por sus clientes lo hicieron un pequeño empresario exitoso, demostrando que ya desde niño se puede soñar y realizar grandes cosas, siempre y cuando se haga con responsabilidad y aprendizaje.

FIN.

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