Luis y el Juego de la Amistad
Era una tarde soleada en el barrio de Luis. Los niños jugaban en el parque, riendo y corriendo. Luis, de ocho años, miraba desde un rincón, un poco alejado, mientras las niñas jugaban a ser exploradoras en una aventura a través de los árboles. "No quiero jugar con ellas. Si lo hago, los chicos se van a reír de mí," pensó Luis con un nudo en la garganta.
Luis siempre había estado más cómodo jugando con los niños, pero en su mente, la idea de que sus amigos se burlaran de él lo mantenía al margen de las chicas. Sin embargo, ese día, algo lo impulsó a acercarse. Se acercó a las niñas y les dijo: "Hola, ¿puedo jugar con ustedes?"
Las niñas se dieron vuelta, sorprendidas. "¡Claro, Luis! Vení, estamos explorando la selva del parque. Y tú puedes ser nuestro guía," respondió Sofía, la más extrovertida.
Luis sintió una pequeña chispa de emoción. Podían explorar juntos, y eso sonaba divertido. Pero, en cuanto sus amigos hombres lo vieron acercarse, comenzaron a reírse. "Mirá a Luis, jugando con las chicas," dijo uno de ellos, y el resto se rió a coro. Luis se sintió herido y su sonrisa se desvaneció.
"Ves, eso es lo que te decía," pensó, dándose la vuelta apenado. Pero Sofía lo detuvo. "¡Esperá! No dejes que ellos te hagan sentir mal. Jugar es para todos. ¡Mirá cuán divertidas son nuestras aventuras!"
Luis dudó, preguntándose si realmente valía la pena. Sin embargo, a un lado de su corazón, sentía curiosidad por lo que las niñas estaban haciendo. "¿De qué trata el juego?" se atrevió a preguntar.
Sofía sonrió. "Estamos a punto de cruzar un río lleno de cocodrilos de peluches. Si te animás, podés ser parte de nuestro equipo. ¡Necesitamos un valiente!"
La invitación era tentadora y, aun con las risas de sus amigos resonando en su cabeza, Luis decidió unirse. "¿Qué tengo que hacer?" preguntó, sintiéndose un poco más seguro.
Las niñas le explicaron las reglas y poco a poco se fue integrando al grupo. Juntos, saltaron imaginarios ríos, escalaron montañas de colchonetas y colaboraron para rescatar a un delfín peluche atrapado en un arbusto. La risa y la alegría llenaron el aire, y algo dentro de Luis cambió. **No podía creer lo divertido que era jugar con ellas**.
Más tarde, sus amigos se acercaron. "¿Te divertís, Luis?" dijo uno de los chicos. Luis, con una gran sonrisa, respondió: "¡Sí! Esto es genial!"
Los chicos se miraron sorprendidos. "Pero... ¿no te da vergüenza?"
Luis sacudió la cabeza. "Para nada. Es más divertido de lo que pensaba."
Los chicos, viendo que Luis no se sentía mal por jugar con las niñas, comenzaron a abrirse. "Bueno, a mí también me gustaría jugar..." dijo uno de ellos.
Así, el grupo fue creciendo. Chicos y chicas se unieron, olvidando sus diferencias y riendo juntos. Aquella tarde, el parque se llenó de juegos y aventuras, mientras Luis comprendía que la diversión no tiene género y los amigos pueden venir de cualquier lugar.
Cuando el sol comenzó a ponerse, las niñas y los chicos se despidieron prometiendo volver al día siguiente. Luis se sintió feliz, agradecido por haber dejado atrás su miedo. "¡No puedo esperar hasta mañana!" dijo mientras se alejaba del parque.
Desde ese día, Luis entendió que jugar con todos era mucho más divertido. Las risas y la amistad no tienen límites, ni en el género, ni en las opiniones de los demás. Y así, nunca más se volvió a preocupar por lo que pudieran decir los demás, porque había descubierto que la verdadera amistad es atreverse a ser uno mismo, sin importar las opiniones del mundo.
Y así, Luis aprendió a disfrutar de cada juego, cada risa, sin miedo a lo que pudiera pensar el resto del mundo.
FIN.