Lulu aprende a manejar sus emociones
Había una vez, en una colorida ciudad llena de ruidos y luces, una pequeña niña llamada Lulu. Lulu era una niña muy divertida, pero a menudo, sus emociones parecían tener vida propia. Un día, en el recreo, algo inesperado sucedió.
- ¡Pero por qué me miras así! - gritó Lulu, al ver que otra niña se reía de ella.
- No te estés poniendo mal. Solo estaba risa de algo más - respondió Ana, su amiga.
Lulu, sin poder controlar su enojo, se fue corriendo del patio y se sentó sola bajo un árbol. Mientras lloraba, su abuelo, Don Pepe, se sentó a su lado.
- ¿Qué te pasa, Lulu? - le preguntó, acariciando su cabeza.
- No sé cómo manejarme enojos y tristezas, abuelo. A veces tengo muchas emociones y no sé qué hacer con ellas.
- Las emociones son como un río, Lulu. A veces puede estar tranquilo, y otras veces puede ser tumultuoso - le explicó Don Pepe. - Te quiero enseñar a navegar por ese río.
Desde ese día, Don Pepe empezó a enseñarle a Lulu sobre cómo manejar sus emociones. Primero, le dio un cuaderno donde podría dibujar o escribir sobre lo que sentía. Así, cuando se enojaba o estaba triste, podía sacar esos sentimientos y ponerlos en papel.
Un día, en la escuela, Lulu se sintió muy emocionada porque iban a hacer una representación teatral. Pero, cuando su profesora eligió a otros compañeros para los papeles principales, Lulu sintió que su corazón se hundía.
- ¿Por qué no me eligieron a mí? ¡No es justo! - pensó, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
Entonces recordó lo que su abuelo le había enseñado. Sacó su cuaderno y escribió: “Me siento triste porque no fui elegida. Quiero ser parte de esto”. Esto la ayudó a ver su tristeza desde otra perspectiva.
Al día siguiente, decidió hablar con la profesora.
- Disculpe, señorita Clara. Quería preguntarle si hay alguna oportunidad de participar en la obra, aunque sea en otra parte - le dijo con voz temblorosa.
La señora Clara sonrió y respondió: - Claro, Lulu. Siempre hay un lugar para ti. Tu entusiasmo es importante para el grupo -.
Lulu se sintió aliviada. No solo había reconocido sus emociones, sino que también había encontrado una forma de expresarlas.
A medida que pasaban los días, Lulu aplicaba las enseñanzas de Don Pepe. Aprendió a respirar profundamente cuando sentía que su enojo la invadía.
- ¡Inhala, exhala! - repetía en su cabeza cada vez que estaba a punto de estallar.
Un tiempo después, hubo un gran evento en la escuela: una competencia de arte. Lulu estaba muy emocionada y decidió participar. Trabajó duro en su pintura, expresando toda su alegría.
Pero, cuando llegó el día, otro niño ganó el primer lugar. Lulu sintió que su corazón se rompía en mil pedacitos y estaba a punto de dejarse llevar por la tristeza.
Recordando las enseñanzas de su abuelo, respiró hondo y susurró para sí misma: - Estoy orgullosa de mi trabajo. Ganar no es lo más importante.
Luego, se acercó al niño que había ganado y le dijo:
- ¡Felicidades! Me encantó tu pintura. -
- Gracias, Lulu. Tu obra también es hermosa. - le respondió el niño, sorprendido.
Así, Lulu se dio cuenta de que hay poder en compartir emociones, tanto las felices como las tristes.
Cuando llegó a casa, corrió hacia Don Pepe.
- Abuelo, creo que estoy aprendiendo a navegar mi río de emociones. ¡Hoy fue un gran día! - exclamó, llena de orgullo.
Don Pepe sonrió y la abrazó.
- Eso es maravilloso, Lulu. Siempre recuerda que tus emociones son partes de ti, y aprender a manejarlas te hará más fuerte.
Desde entonces, Lulu hizo de su cuaderno un compañero inseparable. Se volvió valiente, expresando sus emociones y ayudando a otros a hacer lo mismo. Con el tiempo, la pequeña Lulu no solo se convirtió en una experta en navegar por el río de sus emociones, sino que también sembró la semilla de la empatía entre sus amigos.
Y así, en su colorida ciudad, comenzó a florecer un ambiente donde los niños aprendían a hablar sobre sus sentimientos, convirtiéndose en una comunidad unida y comprensiva.
Fin.
FIN.