Luna, la amiga de Max



Era una noche clara y estrellada en el pequeño pueblo de Parquesito. Max, un perrito de pelaje dorado y ojos brillantes, miraba desde su rincón favorito del jardín. La luna brillaba en el cielo, y su luz suave iluminaba todo a su alrededor. Max tenía un secreto: siempre había sentido que podía hablar con la luna.

Una noche, mientras los árboles susurraban y el viento jugaba en su pelaje, Max decidió que era hora de hablar. Miró hacia la luna y, con su voz llena de emoción, dijo:

"¡Hola, Luna! ¿Estás ahí?"

Para su sorpresa, la luna respondió con un susurro hecho de luces:

"¡Hola, Max! Claro que estoy aquí. ¿Qué te trae a mí en esta hermosa noche?"

Max se acomodó y comenzó a contarle a la luna sobre su vida.

"Soy un perro muy feliz, pero a veces me siento un poco solo. Mis dueños son cariñosos, pero pasan mucho tiempo trabajando. A veces, me pasa que echo de menos a un amigo con quien jugar."

La luna lo escuchaba atentamente, su luz brillaba con más fuerza mientras Max hablaba.

"Entiendo, Max. La soledad puede ser difícil. Pero, ¿has pensado en buscar un amigo? La vida está llena de sorpresas."

Max frunció el ceño, pensativo.

"Eso suena genial, pero ¿dónde podría encontrarlo?"

"Tal vez haya otros perros en el parque, o podrías conocer a alguien en el vecindario. Nunca se sabe dónde puede estar la amistad."

La luna le lanzó un rayo de luz como un guiño, y Max se sintió inspirado. La mañana siguiente, decidió ir al parque y disfrutar del sol.

Cuando llegó, vio a varios perritos jugando a la bola. Con un poco de nervios, se acercó a ellos.

"¡Hola, soy Max! ¿Puedo unirme a ustedes?"

Los perritos se dieron la vuelta y sonrieron.

"¡Claro, Max! Yo soy Lucho, y estos son Rocco y Lila. ¡Vamos a jugar!"

Max se sumó al juego y corrieron tras la pelota como si el mundo entero fuera una gran cancha. Rieron, hicieron trucos y se persiguieron unos a otros, y pronto Max no se sintió solo. La luna desde su rincón en el cielo, miraba con orgullo.

Esa noche, Max volvió a su jardín.

"¡Luna! ¡Hice nuevos amigos! Esos perritos son geniales. ¡Nunca me había divertido tanto!"

"Eso es hermoso, Max. Veo que la amistad te hace brillar. Recuerda siempre que hay gente y animales que pueden aportar alegría a tu vida."

Sin embargo, un giro inesperado sucedió. Una tarde, Max vio a Lila triste y sola en el parque, mientras los otros perritos jugaban. Decidió acercarse a ella.

"¿Qué te pasa, Lila?"

"No sé, Max. A veces siento que no me aceptan porque soy más pequeña y torpe."

Max pensó en la conversación que había tenido con la luna y sonrió.

"Eso no es cierto. Todos tenemos algo único que ofrecer. Yo también era un poco tímido al principio. Ven, juguemos juntos. Te prometo que te harán sentir bien."

Lila sonrió y ambos comenzaron a jugar. Poco a poco, otros perritos los acompañaron y la tristeza de Lila se disipó. Max sintió una felicidad inmensa al ver que también había ayudado a una amiga.

Esa noche, volvió a mirar a la luna. Su brillo le daba una sensación de calidez y compañía.

"Luna, te debo una gracias. Gracias por alentarnos a encontrar amigos y por recordarme que puedo ayudar a otros."

"Siempre estaré aquí para escuchar, Max. El poder de la amistad puede cambiar el mundo. Nunca dudes de tu capacidad de hacer sonreír a alguien."

Desde ese día, Max no solo encontró un lugar en el corazón de su nuevo grupo de amigos, sino también aprendió a ser un buen compañero y a ayudar a los que lo necesitaban. La luna, radiante en el cielo, siempre fue su testigo y su guía.

Y así, en Parquesito, todos aprendieron que en la amistad hay luz, alegría y mucha magia, como la de la luna que siempre brilla para aquellos que se atreven a soñar.

**Fin**

FIN.

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