Luna y el Espejo de la Amistad



En un pequeño y colorido barrio vivía Luna, una niña de seis años que adoraba a sus papás. Tenía una gran curiosidad por el mundo que la rodeaba y, sobre todo, un deseo ardiente de imitar a sus padres. Todo lo que hacían, Luna lo hacía. Pero no siempre copiaba lo bueno.

Una mañana soleada, mientras sus papás preparaban el desayuno, Luna decidió ayudar.

"¡Mamá, puedo batir los huevos!" - exclamó ella con entusiasmo. La mamá le sonrió, pero al notar que Luna lo hacía con prisa y sin cuidado, le dijo:

"Amor, hay que ser cuidadosos, no apures todo. ¡Mira que esto es para que salga rico!"

Sin embargo, después de un rato, la impaciencia de Luna se hizo evidente.

"¡Ya está! No entiendo por qué hay que esperar tanto, siempre es lo mismo, ¡a mí me gusta rápido!"

Papá, desde el otro lado de la cocina, la escuchó y alzó la voz:

"¡Eso mismo digo yo! Todo tiene que ser rápido y sencillo, ¡fuera tiempos!"

Luna miró a su papá y pensó que estaba bien enojarse por eso, así que dijo:

"Sí, papá, ¡la paciencia es aburrida!"

Esa tarde, como todos los sábados, el barrio organizaba un juego de fútbol. Luna se emocionó y fue a jugar con sus amigos. El primer partido fue divertido, pero cuando no le pasaron la pelota, su actitud cambió.

"¡Chicos! ¿Por qué no me pasan la pelota?" - gritó, pidiendo atención. Cuando uno de ellos le pasó el balón y no marcó un gol, se enojó.

"¡No saben jugar! Son malísimos, ¿¡para qué me pasan! ?"

Sus amigos, sorprendidos, empezaron a alejarse y sus rostros reflejaban confusión.

"¿Por qué no te diviertes, Luna?" - preguntó su amiga Sofía.

"¡Porque no saben jugar!" - le respondió, frunciendo el ceño.

Al caer la tarde y tras muchas más partidas frustradas, Luna se sentó en la vereda, cansada y un poco triste. Sus amigos se habían ido, y ella se quedó sola.

Entonces, su papá se acercó y la vio triste.

"Hola, Luna. ¿Te divertiste en el juego?"

"No, papá, mis amigos no saben jugar bien. ¡Son unos torpes!"

"¿Te parece que aquí se está divirtiendo alguien?" - le preguntó papá, señalando el vacío que dejaban sus amigos.

Luna miró y se dio cuenta de que no había nadie.

"Pero... yo sólo estaba..." - empezaba a justificar, pero su papá la interrumpió.

"Lo sé, Luna. ¿Sabes? A veces ser rápido y enojarse no ayuda. Hay que aprender de los errores, ser más pacientes y disfrutar del momento. No solo tú, nosotros también. ¿Sabes? He notado que a veces soy muy apurado y eso me hace perder cosas hermosas."

Luna reflexionó y mirando al horizonte, se dio cuenta de que hacía un tiempo emulaba el mal carácter de sus papás, pero les había olvidado lo más importante: la alegría de compartir.

"Papá, creo que hará mejor si todos son felices, así jugamos mejor. Podríamos jugar en casa, ¡y hacer un buen equipo!"

El padre sonrió y le dio un abrazo.

Luna decidió que quería cambiar. En lugar de quejarse, iba a aprender a jugar mejor y a disfrutar con sus amigos. Al día siguiente, invitó a Sofía a jugar en casa y le enseñó a sonreír mientras jugaban juntos.

Luna fue una gran anfitriona y entendió que, aunque a veces sus papás se enojaban y querían todo rápido, ella podía elegir ser diferente.

A partir de ese día, Luna y sus papás comenzaron a jugar juntos en un ambiente lleno de risas, donde en lugar de prisa, había paciencia y buenos momentos. Luna disfrutó de un nuevo reflejo de su familia, y lo más importante: empezó a ver lo bello que había en la amistad y la alegría de compartir.

Y así, Luna aprendió que los mejores espejos son aquellos que reflejan amor, paciencia y compañerismo.

FIN.

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