Luna y el Jardín de Estrellas
Había una vez, en un pequeño barrio de Buenos Aires, una niña llamada Luna. Tenía cinco años, pelo castaño oscuro que brillaba al sol y ojos marrones grandes como dos dulces de chocolate. Luna era curiosa y soñadora, siempre miraba hacia el cielo y soñaba con las estrellas.
Cada noche, antes de dormir, se asomaba a su ventana y preguntaba:
"¿Qué habrá más allá de las estrellas?"
Una noche, mientras contemplaba la luna llena, un destello de luz la hizo parpadear. Era un pequeño ser de luz que danzaba en el aire.
"¡Hola, Luna! Soy Lúmina, el hada de las estrellas. He venido a invitarte a un viaje especial."
Los ojos de Luna se iluminaron al escuchar eso.
"¿Un viaje? ¡Sí, por favor! ¿A dónde vamos?"
"A un jardín donde las estrellas crecen en árboles. Pero solo podrás entrar si crees en ti misma."
Luna sonrió y asintió, sintiendo que en su interior algo especial despertaba. Lúmina agitó sus manos, y en un parpadeo, Luna se encontró en un lugar maravilloso. Había árboles de todas las formas y tamaños, cada uno lleno de estrellas brillantes que iluminaban el camino.
"¡Esto es increíble!" exclamó.
"Así es, pero aquí, cada estrella tiene un poder especial. Tu trabajo será encontrar la que te represente."
Mientras exploraba el jardín, Luna vio a otras criaturas, como los conejos de luna que saltaban felices. Ellos tenían poderes únicos gracias a las estrellas que habían elegido.
"¿Qué hacen con sus poderes?" preguntó Luna.
"Ayudan a los demás, guían a los perdidos y crean magia en sus vidas. ¡Son especiales!" respondió un conejo.
Luna continuó su búsqueda y llegó a un árbol altísimo lleno de estrellas de colores. Cada estrella parecía brillar con una luz diferente.
"¿Cuál elijo?" se preguntó Luna, mirándose las manos, que empezaban a brillar también.
"Recuerda, solo puedes elegir aquella que sientas que te representa. No tengas miedo de probar."
Ella cerró los ojos y escuchó el latido de su corazón. De repente, una estrella color azul celeste empezó a brillar más que las demás.
"¡Esa!" gritó Luna, señalándola. Lúmina sonrió y la ayudó a alcanzarla.
"Al elegir esta estrella, has aceptado tus habilidades y tu valor. ¡Ahora puedes usarlas!"
Luna sintió una energía cálida fluir a través de ella. No solo podía iluminar caminos, sino también hacer que los sueños de los demás se volvieran realidad. Con el corazón lleno de alegría, decidió compartir su poder en el mundo.
"Debo volver a casa y ayudar a mis amigos. ¡Quiero que todos crean en lo que pueden lograr!"
"Eso es lo más hermoso, Luna. Recuerda, siempre que creas en ti misma, podrás lograr lo increíble."
Lúmina llevó a Luna de vuelta a su habitación.
"Nunca olvides ese viaje y el poder que llevas dentro. Haz siempre lo que tu corazón te dicte."
"Lo haré, Lúmina. ¡Gracias por todo!"
Desde ese día, Luna no solo creyó en sí misma, sino que inspiró a todos sus amigos a hacer lo mismo. Juntos, soñaron, crearon y encontraron su propia magia, aprendiendo que el verdadero poder está en creer en uno mismo y en las posibilidades de la vida.
Y aunque nunca la volvió a ver, Luna siempre miraba las estrellas desde su ventana y les sonreía, sabiendo que un pedacito de magia siempre la acompañaría.
FIN.