Luna y el Mar de los Sentidos



En las profundidades del océano, donde el agua brillaba como mil estrellas, vivía una hermosa sirena llamada Luna. Tenía un largo cabello que ondulaba como algas en la corriente y un corazón lleno de amor. Sin embargo, su sensibilidad a veces la hacía enojar con facilidad.

Un día, mientras exploraba un arrecife de coral, Luna encontró a un pequeño pez llamado Tito, que se veía muy preocupado.

"¡Hola, Tito! ¿Qué te pasa?" - le preguntó Luna, frunciendo el ceño.

"Hola, Luna. Estoy tratando de encontrar a mi mamá, pero no sé por dónde buscar..." - dijo Tito, con lágrimas en los ojos.

Luna sintió una punzada de compasión, pero justo en ese momento un grupo de delfines bulliciosos pasó nadando y la distrajo.

"¡Qué molestos son! No dejan en paz a nadie..." - se quejó Luna, cruzando los brazos con enojo.

"Pero son felices, Luna. Quizás podríamos unirnos a ellos para que se sientan mejor y así nos ayuden a buscar a mi mamá..." - sugirió Tito.

Luna dudó al principio. No le gustaba jugar con los delfines, porque siempre eran ruidosos, pero vio la tristeza en los ojos de Tito y decidió que ayudarlo era más importante.

Así que nadaron juntos hacia donde estaban los delfines.

"¿Puedes ayudarnos a encontrar a la mamá de Tito?" - preguntó Luna, intentando sonar amable.

Los delfines, siempre juguetones, aceptaron gustosos y comenzaron a saltar alrededor de ellos.

"¡Vamos, amigos! Haremos un gran juego de búsqueda!" - gritó uno de los delfines, y todos comenzaron a jugar a las escondidas.

Mientras jugaban, Luna se dio cuenta de que a pesar del ruido y la energía de los delfines, su corazón se iba abriendo como una flor en primavera. Se reía, saltaba y se olvidaba de lo molesto que le parecían antes. Finalmente, un delfín avistó a una señora pez.

"¡Allí está! ¡La mamá de Tito!" - gritaron todos.

"¡Mamá!" - exclamó Tito y nadó hacia ella como un torbellino.

Luna sonrió al ver la felicidad de Tito y se sintió orgullosa de haber participado en la búsqueda.

"Gracias por ayudarme, delfines. Ustedes son más divertidos de lo que pensé" - dijo Luna, aún un poco sonrojada.

"¡Y vos también! Siempre es bueno ser un poco ruidoso. La vida es una aventura, Luna" - respondió un delfín.

Luna volvió a casa esa noche con un nuevo entendimiento. A veces, su corazón sensible podía hacerla enojar, pero también podía abrirse a la amistad y la alegría.

Y desde ese día, Luna aprendió a abrazar todo lo que sentía, incluso el enojo, dándole una oportunidad a los demás para iluminar su vida.

Así, cada vez que el mar susurraba y las burbujas reían, Luna, la sirena de cabello largo y corazón grande, sabía que cada emoción era una ola en el océano de la vida que valía la pena explorar.

FIN.

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