Luna y el Pastel de la Vecina



Era un soleado día de verano en el barrio de Luna, una niña de ojos brillantes y risa contagiosa. Mientras jugaba en su jardín, notó algo que le llamó la atención. En la ventana de su vecina Marta, había un enorme y delicioso pastel de chocolate decorado con fresas y crema. Luna sintió que su pancita hacía ruidos como si le estuvieran hablando.

"¡Mmm! ¿Qué rico se ve ese pastel!", pensó Luna mientras se acercaba un poco más, aunque sabía que no debería tocarlo, porque no era suyo.

"Pero... ¿y si le pido un pedacito a Marta?", se preguntó. Sin embargo, su deseo por el pastel fue rápidamente reemplazado por algo aún más importante: su honra. Luna recordó las enseñanzas de su mamá sobre ser honesta.

"No, no puedo hacer eso. No sería correcto", dijo para sí misma. Con un suspiro, se dirigió a su casa, pero su mente seguía dando vueltas a la misma idea.

Decidida a ser honesta, se acercó a la puerta de Marta y tocó suavemente.

"¡Hola, Luna!", dijo Marta, abriendo la puerta con una sonrisa. "¿Cómo estás?"

"Hola, Marta! Te vi desde mi casa y no pude evitar ver el pastel que tenés en la ventana. Se ve riquísimo", confesó Luna, con un ligero sonrojo en sus mejillas.

"¡Qué bien que lo notaste! Lo hice para festejar mi cumpleaños, pero decidí que no quería que nadie entrara a mi casa por el momento. Sin embargo, ¡gracias por decirme la verdad! Eso es muy valioso".

Luna se sintió un poco aliviada, pero también un poco decepcionada.

"No puedo comerlo, porque no es mío...", murmuró.

"Pero podrías compartirlo conmigo. ¿Te gustaría pasar y disfrutarlo juntas? Te prometo que habrá suficiente para ambas", Marta propuso con una gran sonrisa.

Luna sintió que su corazón se iluminaba de alegría.

"¿De verdad? ¡Me encantaría!", exclamó.

Así que entró a la casa de Marta, donde la cocina olía a galletas recién horneadas y había globos de colores por todas partes. Marta cortó un par de porciones del delicioso pastel y se sentaron en la mesa de la cocina, donde comenzaron a hablar y reír.

Mientras compartían el pastel, Luna contó historias de sus juegos en el parque y Marta compartió recuerdos de su infancia. La pequeña se dio cuenta de que ser honesta no solo la había hecho sentir bien, sino que también había permitido una hermosa amistad con su vecina.

De repente, escucharon un ruido en el jardín. Era un grupo de niños que jugaban a la pelota.

"¡Vamos a invitarlos! Así podemos compartir más pastel", sugirió Marta.

"¡Sí, es una gran idea!", respondió Luna emocionada.

Ambas se apresuraron hacia el jardín y llamaron a los niños.

"¡Hola, chicos! ¿Quieren venir a comer un poco de pastel?"

Los niños miraron a Luna con sorpresa. "¿De verdad?", preguntó uno de ellos. "¡Claro! Y hay helado también", contestó Marta, con una gran sonrisa.

Los niños corrieron hacia la casa de Marta, ansiosos por disfrutar de la fiesta improvisada. Se sentaron todos juntos, compartiendo risas y bocados de pastel mientras el sol se ponía en el horizonte.

Al final del día, Luna se despidió de Marta, sintiéndose feliz no solo porque había probado un delicioso pastel, sino porque había sido honesta y eso le había traído nuevas amistades.

"¡Gracias por todo, Marta! Esta fue la mejor tarde", le dijo mientras regresaba a casa.

"Recuerda siempre, Luna, que la honestidad abre muchas puertas y puede llevarte a momentos maravillosos", le respondió Marta, despidiéndola con un abrazo.

Desde entonces, cada vez que Luna veía algo que parecía tentador o injusto, se acordaba de aquella tarde y del dulce pastel. Sabía que ser honesta no solo era importante, sino que también podía traer sorpresas encantadoras y grandes momentos de felicidad.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!