Luna y su compañero inseparable


Había una vez una perrita llamada Luna, que vivía en un pequeño pueblo junto a su dueña, una niña llamada Amy.

Luna y Amy eran inseparables, pasaban todo el día juntas jugando en el parque y explorando cada rincón de su hogar. Un día soleado, Amy decidió llevar a Luna al parque para disfrutar del aire fresco y correr por el césped verde. Mientras jugaban juntas, Amy notó que Luna ya no era tan ágil como solía ser.

Sus patitas temblaban un poco y parecía cansarse más rápido. "¿Estás bien, Luna?", preguntó preocupada Amy. "Sí, solo me siento un poco cansada", respondió Luna con una sonrisa.

Amy acarició a su fiel amiga y decidió sentarse a descansar bajo la sombra de un árbol. Mientras tanto, observaba a los otros perros correr y jugar sin parar. De repente, se le ocurrió una idea.

"Luna, ¿qué te parece si buscamos un nuevo amigo para ti? Alguien que te haga compañía y te ayude a sentirte mejor", propuso Amy con entusiasmo. Luna levantó la mirada hacia Amy con los ojos brillantes de emoción.

Aceptó la propuesta felizmente y juntas se pusieron en marcha para encontrar al nuevo amigo de Luna. Recorrieron el parque buscando entre los diferentes perros que jugaban felices. Finalmente, vieron a un cachorro travieso que corría en círculos persiguiendo su propia cola. Se acercaron lentamente y el cachorro les miró curioso.

"Hola, soy Luna y ella es mi amiga Amy. ¿Te gustaría ser nuestro nuevo compañero?", preguntó Luna con amabilidad. El cachorro movió la cola emocionado y aceptó encantado la proposición de convertirse en amigo de Luna.

Desde ese día, los tres amigos se volvieron inseparables: corrían juntos por el parque, compartían sus juguetes e incluso dormían abrazados bajo las estrellas.

Los días pasaron rápidamente y aunque Luna seguía sintiéndose débil por momentos debido a su vejez, ahora tenía a su lado a un amigo leal que la cuidaba y protegía en todo momento. La tristeza desapareció del rostro de Amy al ver lo feliz que estaba su querida perrita junto a su nuevo amigo.

Una tarde tranquila de otoño, mientras disfrutaban del atardecer en el parque, Luna cerró los ojos lentamente y dejó escapar su último suspiro.

Había llegado el momento de decir adiós después de haber vivido una vida llena de amor y aventuras junto a quienes más quería. Amy lloró la partida de su fiel amiga pero pronto recordó todas las hermosas memorias compartidas juntas.

Comprendió que aunque Luna ya no estaba físicamente presente, siempre viviría en su corazón como un recuerdo imborrable lleno de cariño y complicidad.

Y así termina esta historia sobre amistad incondicional donde aprendimos que aunque nuestros seres queridos nos abandonen físicamente algún día debido al paso del tiempo; los recuerdos compartidos permanecerán eternamente dentro de nosotros como tesoros invaluable..

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