Luz en la Granja



En un rincón bonito del campo, rodeada de verdes praderas y cielos azules, vivía una niña llamada Sofía. Sofía tenía una granja, pero no solo cualquier granja; en su hogar había gallinas que cacareaban, vacas que mugían y un enorme huerto donde crecían las verduras más frescas. Sofía, a pesar de su corta edad, era una gran ayudante para sus padres, los señores Martínez.

Cada mañana, el canto de los gallos la despertaba a eso de las seis. Su madre, la señora Martínez, le decía: "Sofía, ¿podrías por favor ir a recoger los huevos?" Y Sofía, entusiasmada, se vestía rápidamente y se calzaba unas botas de goma.

"¡Voy ya!" respondía ella, corriendo hacia el gallinero.

Después de recoger los huevos, Sofía ayudaba a su padre a ordeñar las vacas. Un día, mientras ella se esforzaba por aprender a ordeñar, el padre le decía:

"¡Buen trabajo, Sofía! Con un poco más de práctica, serás la mejor ordeñadora de la granja."

Sofía sonreía, pero siempre había un pequeño dilema: las clases comenzaban a las ocho. Así que, después de ayudar con las labores matutinas, se apresuraba a prepararse para la escuela.

"¡Mamá, ya tengo todo listo!" exclamaba mientras corría con su mochila a la espalda.

"¡Ten cuidado, Sofía! No querrás caer y ensuciar tu uniforme, porque hoy hay examen de matemáticas!" su madre la advertía con preocupación.

Una vez en la escuela, Sofía se sentaba en la primera fila, lista para aprender. Su maestra, la señorita Ana, le hacía preguntas y ella levantaba la mano entusiasmada:

"¡Yo sé la respuesta!"

El día transcurría entre libros y amigos, y siempre volvía a la granja contenta de lo que había aprendido. Sin embargo, un día antes del examen, algo extraño ocurrió. A la salida de la escuela, sus amigos comenzaron a hablar sobre las fabulosas competiciones de ciencia que se celebrarían en la feria del pueblo. El ganador recibiría un premio: un telescopio que prometía descubrir las estrellas.

Sofía, apasionada por la astronomía desde que había visto un documental sobre planetas y galaxias, sintió que debía participar.

"¡Papá, necesito ayuda! Quiero presentar un proyecto en la competencia de la feria. Es sobre las estrellas!" le dijo una noche mientras cenaban.

"¡Eso suena maravilloso, Sofía! Pero recuerda que tu tiempo para ayudar en la granja también es importante. ¿Cómo lo harás?" respondió su padre, admirando su entusiasmo.

Después de pensar un momento, Sofía se inspiró. "Puedo estudiar por las tardes y trabajar en la granja por la mañana. Tal vez, si me organizo bien y ayudo a los animales temprano, puedo hacerlo todo."

Y así fue. Sofía se levantaba aún más temprano, ayudaba con las tareas de la granja y luego se sentaba a estudiar matemática en el salón de su casa, mientras sus padres trabajaban en el campo.

La semana pasó volando y llegó el día de la competencia. Sofía llegó a la feria con una pequeña observación de estrellas hecha de cartón y sus notas. Cuando su nombre fue anunciado, se sintió nerviosa, pero también emocionada.

"Voy a mostrarles lo que sé!" pensó mientras subía al escenario.

Al terminar su presentación, el público aplaudió con entusiasmo y la señorita Ana sonrió orgullosa desde el fondo. Al final del día, el jurado deliberó y, para su sorpresa, Sofía fue anunciada como la ganadora del primer lugar.

"¡Felicidades, Sofía! Has trabajado mucho y mereces el telescopio!" dijo el jurado mientras le entregaba el premio.

Esa noche, Sofía miró las estrellas a través de su nuevo telescopio, recordando todas las noches que había pasado ayudando en la granja y estudiando para la escuela.

"¡Mamá, mira! ¡Puedo ver la Luna tan cerca!" exclamó, rebosante de alegría.

A partir de ese día, Sofía se convirtió en una gran astrónoma en su pueblo, siempre recordando que trabajar duro y equilibrar sus responsabilidades le habían ayudado a cumplir su sueño.

Y así, en esa pequeña granja, brillaba no solo la Luna, sino también el corazón de una niña que sabía que la constancia y el amor por lo que haces son la clave para alcanzar las estrellas.

FIN.

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