Luz y Lenguas
En un pequeño pueblo de Misiones, donde la selva se mezclaba con la vida cotidiana, vivía una joven profesora llamada Ana. Desde chica, Ana había tenido una gran curiosidad por las palabras y los idiomas. Sabía que la lengua portuguesa era un puente que unía personas de diferentes culturas, y su sueño era ser profesora para compartir esa pasión.
Un día, mientras preparaba un libro de cuentos en su sala, Ana decidió que quería llevar a sus estudiantes no solo el idioma, sino también una aventura. "Hoy vamos a aprender algunas palabras en portugués a través de una historia. Pero no cualquier historia, ¡una que crearemos juntos!"-
Los estudiantes agitaron sus brazos emocionados. "¿Cómo hacemos eso, señora?"- preguntó Lucas, el más callado de la clase.
"Muy fácil. Cada uno de ustedes aportará una frase y luego las uniremos para crear un cuento. ¡Y no se olviden de que deben agregar un poco de misterio!"- dijo Ana con una sonrisa.
Así que comenzaron su tarea. Laura, siempre con ideas brillantes, gritó "¡Un tesoro escondido!"-. Felipe añadió, "¡Y una mapa antiguo!"- Pero cuando llegó el turno de Lucas, se quedó en silencio, mirando al suelo.
"¿Qué pasa, Lucas?"- le preguntó Ana. "No tengo ideas..."- murmuró, triste.
En ese momento Ana se acercó y le dijo suavemente, "A veces las mejores ideas vienen de los lugares más inesperados. ¿Sabés qué me inspiran a mí? Las historias de la naturaleza, los animales y nuestras familias. ¡Contame de algo que te guste!"-
Lucas pensó un momento y dijo, "Me encanta la selva. Hay muchos animales ahí."-
Ana sonrió. "¡Perfecto! Entonces podemos incluir un loro parlante que ayuda a encontrar el tesoro. ¿Qué dicen?"- Los demás aplaudieron, y la idea cobró vida. Pronto, cada estudiante agregó su parte y el cuento comenzó a tomar forma.
Pero, de repente, apareció un giro inesperado.
"¡Y luego hay una tormenta que sacude la selva y hace que todos se pierdan!"- sugirió Felipe.
"¡Sí! Y el loro tiene que guiar a los personajes para que vuelvan a unirse,"- sumó Laura.
Ana, maravillada con la creatividad de sus alumnos, les propuso que al final del cuento, estos debían aprender a comunicarse en portugués con el loro para poder regresar a casa.
Pasaron las semanas y la historia fue creciendo. Los estudiantes comenzaron a escribir frases en portugués y los gráficos de sus personajes llenaron el aula. Cada día, mientras trabajaban, Ana notaba cómo Lucas iba ganando confianza.
El día de la presentación del cuento, Ana decidió organizar una pequeña fiesta. Decoraron el aula con dibujos de la selva y prepararon un mural con su historia.
"Este es el gran día, chicos. Están listos para presentar su historia al resto de la escuela!"- dijo Ana. Los estudiantes estaban nerviosos, pero también emocionados.
Cuando llegó el momento de contar su historia en voz alta, Lucas tomó una respiración profunda y, frente a todos, comenzó a narrar la aventura del loro y los tres amigos.
"Y en medio de la tormenta, aprendieron a decir 'hola' en portugués para pedir ayuda al loro. ¡Nosotros también podemos aprender y comunicarnos!"- Lucas sonaba cada vez más firme.
Los aplausos resonaron en el aula, creando un eco de alegría. Ana sintió que su corazón se llenó de orgullo.
Al día siguiente, mientras todos contaban lo que había sentido, Lucas se acerca a Ana. "Nunca pensé que podría hacerlo. Gracias por darme la confianza para hablar en público."-
Ana lo miró y dijo, "Lucas, la confianza viene de dentro. Solo necesitabas un empujoncito, y tú lo has hecho solo. ¡Ahora el mundo del idioma te está esperando!"-
A partir de ese día, la pasión de Ana y el trabajo en equipo de sus estudiantes realzaron la importancia del aprendizaje y la comunicación. Cada uno de ellos se dio cuenta de que, al igual que en la historia, podían ser valientes y explorar nuevas aventuras en el mundo de las lenguas y las culturas.
Y así, en aquel pequeño rincón de Misiones, Ana no solo cultivó el amor por el portugués, sino que también creó un lazo fuerte entre sus alumnos, inspirado en la magia que sucede cuando se aprende a través de la creatividad y la unión.
Finaliza con un gran mural junto al loro, que ahora se había convertido en el símbolo de su clase, recordando que las palabras tienen el poder de conectar, no importa el idioma.
FIN.