Lyli y el Club de la Amistad



Era un día soleado en la escuela primaria "Los Arcos", y Lyli, una niña de 7 años con una personalidad desbordante, se preparaba para otro día de clases. Siempre había sido diferente: mientras los demás chicos jugaban a los superhéroes y hacían bromas, a ella le fascinaba organizar juegos de mesa y planear actividades como si fuera una adulta.

Lyli llegó al aula con una sonrisa de oreja a oreja y un montón de juegos en sus manos.

"¡Hola a todos! Hoy vamos a jugar a ser líderes de un club de ciencia. Voy a ser la presidenta y ustedes serán mis asistentes. ¡Vamos a hacer un experimento de volcanes!" -exclamó, entusiasmada.

Sus compañeros la miraron un poco confundidos. Si bien en su grupo había chicos que tenían grandes ideas, como Julián, que quería construir una robot, o Sofía, que soñaba con ser bailarina, pocos entendían la alegría de Lyli por la ciencia. En lugar de unirse a su propuesta, algunos empezaron a murmurar entre ellos.

"¿Otra vez con sus cosas?" -dijo Tomás, mientras se reía.

"A mí no me gusta ciencia, prefiero jugar al fútbol" -respondió Mateo, encogiéndose de hombros.

Lyli se desinfló un poco, pero eso no la detuvo. En su mente, las ideas seguían fluyendo tan rápido como una montaña rusa. No quería rendirse. Esa tarde, decidió que organizaría una reunión después del colegio para presentar su propuesta del Club de la Amistad.

Cuando tocó el timbre, Lyli salió corriendo y empezó a repartir volantes falsos que había hecho. Por supuesto, no eran muy formales, estaban llenos de colores y dibujos, como a ella le gustaba.

"¡Se busca un equipo de super amigos que ame aprender y divertirse!

¡Los viernes a las 17:00!" -leía en voz alta, mientras otros niños se acercaron por curiosidad.

Finalmente, algunos compañeros decidieron unirse. Ese viernes se juntaron diez chicos, entre ellos Sofía, Julián y, sorprendentemente, Mateo, que nunca pensó que podía divertirse sin una pelota de fútbol. En la reunión, Lyli dio un gran paso al presentar su primer experimento: hacer erupción un volcán de bicarbonato y vinagre.

"Esto es solo el comienzo. ¿Alguno tiene ideas para los próximos experimentos?" -preguntó con entusiasmo.

"Podemos hacer un cohete" -sugirió Julián.

"¡O una danza de la lluvia!" -agregó Sofía, moviendo las manos como si hiciera una lluvia de confeti.

"Eso va a ser genial, pero esas cosas no tienen que ver con la ciencia" -dijo Mateo, que al escuchar a sus amigos, comenzó a entusiasmarse con la actividad.

La energía del grupo fue creciendo y cada reunión se convertía en una fiaja de diversión, aprendizaje y sobre todo, amistad. Sin embargo, hubo un día en que las cosas no salieron como esperaban. Durante un experimento con globos, uno de ellos voló y se coló en el aula de la profesora de matemáticas, causando un alboroto. Todos empezaron a reírse, pero la profesora salió muy enojada.

"¡Esto es una falta de respeto!" -gritó, haciendo que el grupo se sintiera avergonzado. La diversión se interrumpió por una reprimenda, y algunos niños querían dejar de lado el club.

"Es culpa mía, debí ser más cuidadosa" -dijo Lyli, sintiéndose triste.

Y en ese momento, Mateo, que al principio era el más escéptico del grupo, levantó la mano y dijo:

"No, no es su culpa. Todos jugamos y debemos hacer algo para que la profe no se enoje más. Vamos a prepararle una sorpresa y así nos perdona. ¡¿Qué tal si le hacemos un experimento para ella? !"

"Sí, pero algo impresionante" -agregó Sofía, que se sentía muy emocionada.

"¡Perfecto! Vayamos a hacer el volcán más grande que hayamos hecho jamás" -dijo Julián.

Así fue como planearon una explosión de colores y diversión para la profesora. El siguiente viernes, llenaron el aula de creatividad: papel maché, colores, risas y emoción. La profesora, sorprendida, no solo se divirtió viendo el experimento, sino que vio el esfuerzo y la unión que habían tenido. Con una sonrisa en su rostro, les dijo:

"Chicos, están haciendo un gran trabajo. Gracias por su creatividad. Aprendí mucho hoy, y debo decirles que la ciencia no solo está en los libros, sino en la diversión compartida entre amigos".

Lyli y sus compañeros celebraron y desde entonces, no solo se divirtieron aprendiendo juntos, sino que crearon un espacio donde todos se sentían parte, donde las ideas de los demás eran siempre respetadas y valoradas.

Así, Lyli aprendió que, aunque su forma de ver el mundo era especial, lo más importante era la amistad que se formaba al compartir momentos, risas y aprendizajes.

Y así, el Club de la Amistad continuó creciendo, con nuevos miembros y más experimentos, pero sobre todo, con un nuevo compromiso de cuidar y respetar las ideas de cada uno, sin importar cuán diferentes fueran.

FIN.

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