Madurito en el Río
Había una vez, en un pueblito cercano al río corredizo, un pequeño y adorablé patito llamado Madurito. Madurito no era como los otros patitos, él tenía un sueño muy grande: quería ser el mejor nadador del mundo.
Cada mañana, se acercaba al río y veía cómo los animales se deslizaban sobre el agua. Las ranas daban saltos, las tortugas nadaban lentamente y algunos patitos más grandes se zambullían con gracia. Madurito los observaba con sus ojos brillantes y decía:
"Un día yo también haré eso."
Pero había un pequeño problema: Madurito nunca había salido del lodo en el que pasaba sus días. Su mamá siempre le decía:
"Hijo, es mejor que permanezcas aquí, es más seguro."
Sin embargo, un día, Madurito se llenó de valor y decidió que era hora de aventurarse. Con un gran salto, salió del lodo y se dirigió al río. Aunque estaba un poco nervioso, la emoción lo impulsaba hacia adelante.
Al llegar al agua, se sintió como un pez en el océano. Con cada zancada se volvía un poco más seguro.
"¡Mirá!", gritó en voz alta a las ranas que lo observaban.
"¡Soy un nadador!"
Justo en ese momento, Madurito sintió un pequeño vaivén en el río; se giró y vio a un pequeño pez atrapado entre unas piedras.
"¡Ayuda!", pedía el pez, asustado. "No puedo salir de aquí."
Sin pensarlo dos veces, Madurito nadó hacia el pez y, con su pequeño cuerpo, empezaron a mover las piedras juntos. Con esfuerzo y trabajo en equipo, lograron liberar al pez.
"¡Gracias, Madurito!", dijo el pez, más aliviado. "Eres muy valiente."
Madurito sonrió, sintiéndose más fuerte y decidio. Justo cuando estaba a punto de seguir nadando, vio que un grupo de patitos se acercaron.
"¿Qué hacés aquí, Madurito?", preguntó uno de ellos. "No pertenecés a este lugar."
Él papito no se amedrentó.
"¡Estoy aprendiendo a nadar!"
Los otros patitos se rieron.
"No podés, deberías quedarte en el lodo como siempre."
Pero Madurito, sin dejarse desanimar, dijo:
"Quizás no soy como ustedes, pero tengo un sueño, y hoy estoy nadando."
Al oír esto, los patitos se rieron aún más, pero él decidió ignorarlos y continuar con su práctica. Nadaba y nadaba, y aunque se cansaba, también disfrutaba del momento. Miraba cómo cada vez se movía más rápido y se zambullía con más confianza.
De repente, escuchó un grito. Era la mamá de un patito, que buscaba a su hijo.
"¡Ayuda! Mi pequeño se ha perdido en el río."
Madurito no dudo ni un instante.
"¡Voy a ayudar!"
Se lanzó al agua y comenzó a buscar, nadando por todos lados. Finalmente, encontró al pequeño patito asustado.
"¡Ven, seguime!", le dijo Madurito, y juntos regresaron a la orilla.
La madre del patito se llenó de alegría y le agradeció a Madurito. Desde lejos, los otros patitos lo miraban con admiración.
"Quizás... quizás ser valiente significa también ayudar a los demás", murmuró uno de ellos.
Después de eso, los patitos empezaron a acercarse a Madurito
y le preguntaron si podía enseñarles a nadar.
"¡Por supuesto!", dijo Madurito, con una gran sonrisa.
Y así fue como Madurito, el patito que quería ser el mejor nadador del mundo, no solo aprendió a nadar, sino que también se convirtió en el mejor maestro para sus amigos. Ellos le enseñaron que con esfuerzo y determinación, los sueños se pueden alcanzar. En el río, Madurito no solo encontró su pasión, sino también la alegría de compartir y ayudar a otros. Y todos vivieron unidos en el río, nadando y jugando, siempre recordarando que ser diferente es lo que hace a cada uno de nosotros especial.
FIN.