Mafalda y el Robot de la Verdad



Era un hermoso día en el barrio donde vive Mafalda; los rayos del sol brillaban como si dijeran: "¡Vamos a pasarlo bien!" Ella y sus amigos, Felipe, Manolito y Susanita, estaban sentados en el parque, rodeados de globos de aire, risas y la inevitable incertidumbre filosófica.

"Chicos, ¿vieron que ahora hay robots que hacen casi todo por nosotros?" - dijo Mafalda, con su habitual curiosidad.

"Sí, pero... ¿eso no es un poco peligroso?" - respondió Felipe, y se empezó a morder las uñas, algo que hacía cuando se preocupaba.

"¿Y por qué tendría que serlo?" - preguntó Susanita, acomodándose las coletas. "¡Son solo máquinas!"

"¿Máquinas o amigos?" - contestó Manolito, mientras contaba monedas en su alcancía, pensando en si alguna vez un robot podría vender empanadas por él.

Mafalda sonrió. "Yo creo que un robot podría ser un buen compañero, pero también podría ser un calcetín que se pierde en la lavadora. O sea, bienvenido a la era tecnológica, pero ¿cuál es el precio?"

De repente, justo cuando sus amigos estaban considerando la profundidad de esas palabras, apareció un robot brillante, que iba zumbando con un letrero colgado que decía: ‘AI-Genio, el robot inteligente’.

"Hola, me llamo AI-Genio, soy inteligente y estoy aquí para ayudarles" - dijo el robot, haciendo un gesto como si se presentara en una fiesta.

"¡Hola, Genio! ¿Podés hacer todo?" - preguntó manolito, todavía escéptico de su talento culinario.

"Por supuesto. Puedo resolver ecuaciones, programar, hacer conta..."

El robot titubeó un segundo. "Y, por supuesto... puedo ayudar a definir la humanidad."

Mafalda se acercó más al robot. "¿Podés definir la humanidad?" - inquirió.

AI-Genio parpadeó un par de veces como si se tratara de un robot en un programa de cocina intentando recordar un ingrediente. "Déjame intentarlo..."

Mientras tanto, Felipe se enredó con una rama que había visto mientras pensaba en un gran descubrimiento.

AI-Genio contestó: "La humanidad es... ¡una especie complicada! Son capaces de lo mejor y lo peor. Por un lado, desarrollan inteligencia artificial. Por otro, se olvidan de usarla para ayudar a los demás... ¡y algunos incluso se olvidan de regar sus plantas!"

"¡Vamos Genio! No seas prejuicioso!" - reclamó Mafalda. "¿No viste cómo esa planta también es un ser vivo?"

"Cierto, puedo ayudar con eso... pero tengo que admitir que no tengo instrucciones sobre plantas. Por favor, explícame cómo regarlas" - replicó el robot, que seguía amasando la incógnita de la vida humana.

"Muy fácil, hay que darles agua", respondió Mafalda, divertida. "Pero parece que a algunas personas les da más trabajo aprender a cuidar una planta que programar un robot. ¡Qué locura!"

AI-Genio empezó a hacer un ruido similar a una risa mecánica. "Sí, existe una paradoja en completar tareas sencillas mientras se coquetea con el infinito del universo tecnológico".

Susanita se quedó pensando. "¿Y eso significa que ya no necesitamos pensar en problemas?"

"No!" - exclamó Mafalda "¡Lo importante es que debemos seguir usando nuestra cabeza! Los robots pueden ayudarnos, pero somos nosotros quienes debemos decidir cómo vivir en armonía" - comentó Mafalda, gesticulando como si estuviera en un gran discurso.

Felipe levantó la mano: "¿Podemos hacer un trato? Si el robot nos ayuda con nuestras tareas, nosotros lo cuidamos y lo llevamos a pasear."

"¡Trato hecho! Pero por favor, no lo dejen solo, ¡podría hacer colapsar la ciudad con un algoritmo mal programado!" - dijo Manolito mientras se reía.

Así, en medio de risas y aprendizajes, Mafalda y sus amigos decidieron que tendrían un nuevo amigo y aprendiz. Para ellos la inteligencia artificial no era solo tecnología, sino una herramienta que, bien utilizada, podía ayudar a hacer del mundo un lugar más amable y divertido, siempre recordando que, ciñendo lo básico, un poco de amor por los seres vivos y el uso de la cabeza no hacían daño.

Al finalizar el día, Mafalda miró al cielo, "Así que, ¿hacia dónde vamos en el futuro?"

- AI-Genio se encendió completamente. "Hacia un lugar donde humanos y máquinas puedan aprender el uno del otro, mientras regamos las plantas, por supuesto!"

Y así fue como, entre risas y charlas, Mafalda y su pandilla comenzaron a entender que la inteligencia artificial no era el villano de la historia, sino un nuevo amigo en el gran camino de lo desconocido. En su camino, aprenderían a bailar al ritmo del futuro.

Y colorín colorado, ¡todo lo que aprendieron quedó grabado en sus corazones!

FIN.

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