Mairi y el Jardín de los Amigos
En un pequeño pueblo rodeado de montañas, vivía una niña llamada Mairi. Ella era alegre y divertida, pero había algo que la preocupaba en su corazón: tenía miedo a la soledad. Cada vez que su mamá le decía que debía pasar un rato sola en casa, Mairi se ponía nerviosa.
Un día, su mamá decidió llevarla a conocer un jardín especial. "Mairi, hoy vamos a un lugar mágico donde podrás hacer muchos amigos", le dijo mamá. Mairi, intrigada, sonrió pero también sintió un cosquilleo en el estómago. ¿Qué pasaría si nadie quería jugar con ella en ese jardín?
Cuando llegaron, Mairi vio flores de todos los colores, mariposas danzando y un lago brillante. "¡Guau! Es hermosa esta lugar!", exclamó emocionada. Pero luego recordó su miedo. Mientras paseaba, se dio cuenta de que estaba sola.
"¿Dónde están los amigos que prometiste, mamá?", preguntó. Su mamá sonrió y le dijo: "A veces, los amigos aparecen cuando menos lo esperas. Vamos a buscar juntos."
Mairi sintió una pizca de esperanza y ambas comenzaron a explorar. Al poco tiempo, encontraron a un grupo de niños jugando a la orilla del lago. "¡Hola! ¿Puedo jugar con ustedes?", preguntó Mairi tímidamente. Pero los niños estaban tan concentrados en su juego que no la escucharon.
Desanimada, Mairi se sentó en un banco del jardín, pensando que tal vez sería más fácil irse a casa. Fue entonces cuando una pequeña ardilla se le acercó. "¿Por qué tienes esa cara tan triste?", le preguntó.
Mairi respondió: "Tengo miedo a estar sola, y no me dejan jugar."
La ardilla, con una sonrisa, le respondió: "La soledad no siempre es mala. A veces, es una oportunidad para descubrir cosas nuevas y hacer amigos. ¿Por qué no intentás hablarles de nuevo?"
Con los consejos de la ardilla en mente, Mairi respiró hondo y se acercó nuevamente a los niños. "Hola, soy Mairi. Me gustaría jugar a su juego". Ellos, al escucharla, la miraron y sonrieron. "¡Claro! ¡Ven, únete a nosotros!"
Mairi se sintió feliz de ser incluida. Jugaron al escondite y a un juego de relevos. Mientras corría y reía, Mairi se dio cuenta de que no estaba sola; estaba rodeada de nuevos amigos.
Sin embargo, cuando el sol empezó a esconderse detrás de las montañas, la mamá de Mairi la llamó. "Mairi, es hora de irnos. Nos vemos otro día, amigos!" Mairi sentía un nudo en el estómago. "Pero mamá, ¡no quiero irme!".
La mamá le dijo: "No te preocupes, Mairi. Hiciste amigos hoy, y siempre puedes volver a verlos. Además, estar sola en casa no significa que estés sola del todo. Si te sientes triste, podés pensar en los momentos felices que viviste hoy."
Ese día, Mairi aprendió algo importante: aunque a veces no todos estén a nuestro alrededor, los recuerdos de momentos felices y los amigos que hemos hecho siempre estarán con nosotros en el corazón.
En el camino de vuelta a casa, la ardilla apareció de nuevo. "Viste, Mairi, hacer amigos no es difícil cuando te das una oportunidad. Jugar sola también puede ser divertido."
Mairi asintió con una gran sonrisa y se despidió de la ardilla. Desde ese día, aunque a veces Mairi seguía sintiendo un poco de miedo a la soledad, aprendió a disfrutar de su tiempo sola, a quererse a sí misma y a recordar que los amigos siempre estarían ahí, incluso cuando no están presentes. Y así, Mairi empezó a explorar su propio mundo, creando nuevas aventuras por su cuenta, pero siempre abriendo su corazón para hacer más amigos.
Y colorín colorado, esta historia se ha terminado.
FIN.