Mamá Zarigüeyperroecisoaserodoa
Érase una vez, en un bosque colorido y lleno de vida, un peculiar animalito llamado Mamá Zarigüeyperroecisoaserodoa. Ella tenía el cuerpo de una zarigüeya, las orejas grandes de un perro y una cola que parecía una serpiente. Los habitantes del bosque la llamaban cariñosamente 'Mamá Zari'.
Mamá Zari era conocida por todos. Siempre tenía un consejo sabio para quien lo necesitara, y un abrazo reconfortante para aquellos que lo buscaban. Pero había algo especial en Mamá Zari que la hacía aún más única: era la madre adoptiva de un grupo de animales que nadie quería.
Un día, mientras Mamá Zari estaba recogiendo frutas en el bosque, escuchó un llanto suave. Curiosa, siguió el sonido y encontró a un pequeño conejo con una pata lastimada.
"¿Qué te pasó, pequeño?" - preguntó Mamá Zari con su voz suave.
"Me caí... y ahora no puedo volver a casa. Nadie quiere ayudarme..." - sollozó el conejito.
Mamá Zari lo miró con ternura. Justo cuando iba a ofrecerle su ayuda, apareció un grupo de animales, todos ellos eran de diferentes especies: un pez payaso, un ave colorida y una tortuga con un caparazón lleno de estrellas.
"¿Por qué ayudaríamos a un conejo?" - dijo el pez payaso, agitando su aleta.
"¡Sí! ¡Él no es uno de nosotros!" - agregó la tortuga.
"Los animales deben ayudar a los suyos, no a los extraños," - concluyó el ave con una nota de desdén.
Pero Mamá Zari, con su inmenso corazón, no se dejó influenciar.
"Queridos amigos, a veces lo que más necesitamos está justo frente a nosotros. La amistad no conoce de especies. Todos merecemos ayuda y cariño, sin importar de dónde venimos."
Los demás animales se quedaron en silencio, sorprendidos por las palabras de Mamá Zari. Pero antes de que pudieran reaccionar, un gran estruendo hizo temblar el suelo.
Un lobo hambriento apareció entre los árboles y miró al conejito.
"¡Mmm! ¡Qué sabroso snack!" - dijo el lobo, dejando caer su salivación.
Mamá Zari no dudó ni un segundo.
"¡Corre, pequeño! Intenta llegar a ese arbusto!" - gritó mientras se interponía entre el lobo y el conejo.
"Pero... ¡no puedo!" - lloró el conejo.
"Confía en mí, pequeño. Yo te protegeré!" - insistió Mamá Zari.
Con un gran salto, Mamá Zari se enfrentó al lobo.
"¡Déjalo en paz! No le has hecho nada y no le harás, porque hoy el bosque no te va a permitir que te salgas con la tuya!"
"¿Y quién se va a interponer en mi camino?" - rió el lobo.
"Lárgate, o te encontrarás con todos mis amigos. Ellos vendrán a ayudarme!"
El lobo, sorprendido por la valentía de Mamá Zari, hizo un gesto de desdén y decidió que comer conejo no valía la pena meterse en problemas. Malhumorado, se dio media vuelta y se perdió entre los árboles.
Una vez que el peligro había desaparecido, el conejo, temblando, corrió hacia Mamá Zari.
"¡Gracias, Mamá Zari! Gracias a vos estoy a salvo!"
"Y todo por ayudarnos mutuamente. Ahora vamos, te llevaré a mi casa para que te sientas mejor. Tengo moras frescas!" - respondió Mamá Zari con una sonrisa, mientras los otros animales la seguían avergonzados.
Al llegar a su casa, Mamá Zari preparó una rica merienda con moras y fresas que todos compartieron. Los amigos que antes olvidaron que el bienestar de otros era importante, comenzaron a ayudar con la merienda, y el conejo pronto no solo contaba con su ayuda, sino también con su cariño.
"Nunca más miraré a otro animal con desprecio," - prometió el pez payaso.
"Todos somos parte del mismo bosque. ¡Y eso es lo que importa!" - exclamó la tortuga.
"Gracias a Mamá Zari por mostrarnos que la amistad no tiene límites!" - sentenció el ave colorida.
Desde ese día, el bosque fue un lugar donde todos se ayudaban entre sí, aprendiendo de las diferencias y apoyándose en las adversidades. Y Mamá Zari, siempre dispuesta a ofrecer amor y cuidado, se convirtió en la mamá del bosque, un símbolo de unión y amistad.
FIN.