Mandy, la mandarina voladora



Había una vez en un hermoso huerto, una mandarina llamada Mandy.

Mandy era una mandarina muy especial, ya que a diferencia de las demás frutas del huerto, ella soñaba con volar y descubrir el mundo más allá de las ramas del árbol en el que crecía. Un día soleado, mientras las otras frutas se mecían suavemente con la brisa, Mandy decidió que era momento de cumplir su sueño.

Con todas sus fuerzas se desprendió del árbol y cayó al suelo rodando hasta detenerse en un rincón lejano del huerto. Al despertar, Mandy se encontró rodeada de plantas desconocidas y animales curiosos que jamás había visto.

Al principio tuvo miedo, pero pronto se dio cuenta de que aquel lugar era emocionante y lleno de aventuras por vivir. "¡Hola! ¿Quién eres tú?", preguntó una simpática mariposa posada en una hoja cercana. "Soy Mandy, la mandarina. Vengo del huerto que está más allá de aquellas montañas", respondió orgullosa.

"¡Qué valiente eres! Yo soy Maribel, la mariposa exploradora. ¿Quieres venir conmigo a descubrir este nuevo mundo juntas?" Mandy aceptó encantada y así comenzaron su viaje por bosques misteriosos, ríos cristalinos y cuevas fascinantes.

En cada paso aprendían algo nuevo: cómo esquivar a los peligrosos insectos con pinchos o cómo pedir ayuda a los amables pájaros cantores cuando se perdían entre la maleza.

Un día, mientras cruzaban un puente colgante sobre un río caudaloso, escucharon un llanto proveniente de unas rocas cercanas. Se acercaron cuidadosamente y descubrieron a Lucas, el pajarito carpintero atrapado entre las grietas. Mandy no dudó ni un segundo y con todas sus fuerzas empujó una piedra hasta liberar a Lucas.

El pequeño pajarito estaba tan agradecido que les prometió llevarlas de vuelta al huerto sano y salvo. Finalmente llegaron al anochecer al viejo árbol donde todo comenzó.

Las demás frutas estaban asombradas al ver a Mandy regresar junto a Maribel y Lucas después de tantas aventuras fuera del huerto. "¿Cómo te atreviste a salir sola?", preguntó intrigada la naranja.

"Aprendí que nunca debemos tener miedo de explorar lo desconocido si eso nos hace crecer como personas", respondió Mandy con sabiduría. Desde ese día, Mandy siguió siendo parte del huerto pero ahora compartía sus experiencias con todos los habitantes para inspirarlos a ser valientes y siempre buscar nuevas oportunidades para crecer y aprender.

Y así fue como la pequeña mandarina demostró que no importa cuán pequeños o frágiles parezcamos, siempre podemos lograr grandes cosas si tenemos coraje y determinación para seguir nuestros sueños.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!