Manuelita en Pehuajó



Había una vez una tortuga llamada Manuelita que decidió dejar su hogar en el bosque y emprender un viaje hacia la ciudad de Pehuajó. Ella había escuchado historias sobre cómo la vida en las ciudades era diferente, con muchos amigos nuevos y aventuras por descubrir. Así que un día, con su caparazón bien cargado de sueños, partió en su camino.

Al llegar a Pehuajó, Manuelita se sorprendió por todo lo que vio. Las calles estaban llenas de gente, autos y ruidos. El bullicio de la ciudad la hizo sentir un poco asustada, pero su curiosidad la impulsó a seguir adelante.

"¡Hola!", gritó un niño al verla. "¿Eres una tortuga?"

"Sí, me llamo Manuelita. He venido para vivir aquí y hacer nuevos amigos", respondió ella con una sonrisa.

El niño se presentó como Lucas y, al ver el entusiasmo de Manuelita, decidió llevarla a dar un paseo por el parque.

"Mirá, aquí en Pehuajó hacemos picnics y jugamos a la pelota. ¡Vas a ver lo divertidos que son los juegos!"

"¡Me encantaría!", dijo Manuelita emocionada.

Pero a medida que fueron avanzando, Manuelita notó que muchos de los niños no sabían que las tortugas son muy lentas, así que se sintió un poco incómoda jugando a la pelota.

Un día, mientras estaba sentada bajo un árbol pensando en su vida, se acercó una pequeña niña llamada Sofía.

"¿Por qué luces tan triste, tortuga?", preguntó Sofía.

"Siento que por ser lenta no puedo jugar bien como los demás. Todos corren rápido y yo solo puedo avanzar despacito", confiesa Manuelita.

Sofía sonrió y dijo:

"Pero, Manuelita, ser lenta es una ventaja. ¡Tú puedes observar las cosas que otros pasan de largo!"

Un tanto confundida, Manuelita le preguntó:

"¿De verdad? ¿Qué puedo observar, Sofía?"

"Mirá, si corres muy rápido, podrías no ver la belleza de una flor, el aleteo de una mariposa o el brillo de las estrellas en la noche. ¡Cada velocidad tiene su encanto!"

Esas palabras llenaron de alegría a Manuelita. Desde ese día, decidió usar su lentepecobilidad para apreciar todo con calma. Comenzó a observar a su alrededor: las aves que cantaban, las flores de lindos colores y a los niños jugando felices.

Con el tiempo, Manuelita se ganó la amistad de los niños del parque. Se volvió un referente, un símbolo de calma y reflexión. Sus amigos comenzaron a notar que, aunque no podía correr, podía contar grandes historias sobre la vida en el bosque y cómo se podía disfrutar cada momento.

Un día, se organizó una carrera en el parque. Todos querían participar, incluso Manuelita. Al comienzo, los niños se rieron un poco, pero Sofía apoyó a Manuelita diciendo:

"¡Vamos, Manuelita! ¡Todo se vale en esta carrera! Lo más importante es disfrutar."

La carrera comenzó, y mientras los demás niños corrían rápidamente, Manuelita avanzó lentamente, observando cada detalle a su alrededor. Cuando finalmente llegó a la meta, todos la aplaudieron.

"¡Eres una campeona, Manuelita! ¡Has disfrutado la carrera más que nadie!", exclamó Lucas.

Manuelita se dio cuenta de que no se trataba de ser más rápido, sino de disfrutar cada paso de la vida. Y así, siguió viviendo en Pehuajó, enseñando a todos que cada uno tiene su propio ritmo; lo importante es apreciar lo que tenés a tu alrededor.

Desde entonces, en Pehuajó, todos querían conocer a Manuelita la tortuga, quien había encontrado su hogar, sus amigos y su forma única de ser. Y así, Manuelita siguió viviendo feliz, aprendiendo y enseñando que la belleza de la vida está en cada pequeño momento.

FIN.

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