Margarita y el Jardín de Emociones



En un pequeño pueblo lleno de flores y risas, vivía una niña llamada Margarita. Ella era una niña muy especial, pero había algo que la hacía un poco diferente de los demás: no sabía manejar sus emociones.

Un día, mientras jugaba en el parque, Margarita se frustró porque no podía atrapar a su amigo Juanito, que corría más rápido que ella. Enfurecida, comenzó a gritar:

"¡No es justo, Juanito! ¡Siempre ganas!"

Sus gritos asustaron a los pájaros que volaban cerca, y todos los niños dejaron de jugar. Juanito, un poco confundido, le respondió:

"Margarita, no es solo un juego. ¡Podés intentarlo de nuevo!"

Margarita, al escuchar esto, sintió que una nube oscura se formaba en su pecho. No entendía por qué se enojaba tanto. Esa noche, al llegar a casa, su abuela la vio preocupada y le dijo:

"¿Qué te pasa, Margarita? Parecés un volcán a punto de explosionar."

"No sé, abuela. Me siento mal y no sé por qué. ¡No puedo controlar lo que siento!"

Su abuela sonrió y le propuso un plan.

"Vamos a crear un Jardín de Emociones. Cada vez que sientas algo fuerte, vamos a plantar una flor que represente esa emoción. Así, aprenderás a reconocerlas y manejarlas mejor."

Margarita, intrigada, aceptó la idea. Al día siguiente, se sentó en el jardín con su abuela y empezaron a trabajar. Cada emoción, buena o mala, tenía su propia flor. La alegría sería un girasol brillante, la tristeza una bluebell, el miedo una rosa negra y el enojo una amapola roja.

Un par de días después, Margarita sintió tristeza porque no podía ir al cumpleaños de su mejor amiga. Recordó el Jardín de Emociones y corrió a plantar la bluebell. Mientras cavaba, sintió que su tristeza se disipaba un poco.

Al poco tiempo, se dio cuenta de que no solo podía manejar sus emociones, sino que también podía compartir sus aprendizajes con sus amigos. Un día, mientras jugaban, se dio cuenta que Juanito estaba enojado porque no le pasaban la pelota.

"No te enojes, Juanito. ¿Por qué no plantás una amapola en nuestro Jardín? Te ayudará a sentirte mejor."

Juanito se sorprendió pero decidió intentarlo, y después de plantar la amapola, empezó a sentirse más tranquilo.

Poco a poco, más niños se unieron al Jardín de Emociones. Aprendieron a hablar sobre lo que sentían, a identificar sus emociones y a plantar flores cuando las emociones eran muy intensas. Así, el parque se transformó en un verdadero Jardín de Emociones, donde cada uno podía expresar sus sentimientos sin miedo.

Un día, mientras cuidaban las flores, Margarita sintió una mezcla de alegría y mucho cariño porque todos se habían reunido para construir algo especial juntos.

"¡Miren! ¡Nuestro jardín está hermoso! ¡Gracias a todos por compartirlo conmigo!"

La alegría se replicó y, al final del día, todos se sentaron bajo la sombra de un árbol, felices y en paz. Margarita comprendió que sus emociones eran como las flores: cada una era importante y merecía ser cuidada, pero que también podía compartirlas con quienes la rodeaban.

Desde ese día, Margarita no solo aprendió a manejar sus emociones, sino que también se convirtió en la guardiana del Jardín de Emociones, ayudando a otros a comprender que todos sentimos de diferentes maneras y que está bien compartirlo.

FIN.

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