Mari, la protectora del bosque


Mari era una diosa muy especial. Vivía en lo más profundo del bosque, rodeada de árboles altos y frondosos. A pesar de tener pies de cabra, caminaba con gracia y ligereza entre la naturaleza.

Un día, Mari decidió que quería compartir su sabiduría con los habitantes del pueblo cercano. Sabía que podía enseñarles cómo cuidar el entorno y vivir en armonía con la naturaleza.

Cuando llegó al pueblo, todos quedaron sorprendidos por su belleza y sus pies diferentes. Al principio, algunos se burlaron de ella, pero Mari les sonrió amablemente y les dijo: "No importa cómo sean mis pies, lo importante es lo que puedo hacer por ustedes".

Los niños del pueblo se acercaron a Mari con curiosidad. Ella les habló sobre la importancia de cuidar los ríos y las montañas, de no tirar basura en los bosques y de respetar a todos los seres vivos. Los niños quedaron fascinados con las historias de Mari.

Le preguntaron cómo podían ayudar a proteger la naturaleza. Mari les explicó que cada uno podía hacer algo pequeño pero significativo, como reagarrar basura cuando salieran al campo o plantar árboles en su jardín.

Así fue como los niños comenzaron a seguir los consejos de Mari. Juntos limpiaban el pueblo y plantaban flores en todas partes. Pronto el lugar se llenó de vida y color.

Un día, mientras exploraban un río cercano, los niños encontraron un nido abandonado. Dentro había tres polluelos sin madre que necesitaban ayuda. Los niños, recordando las enseñanzas de Mari, decidieron cuidar de ellos.

Durante semanas, los niños alimentaron y protegieron a los polluelos hasta que estuvieron lo suficientemente fuertes para volar solos. Fue un momento mágico cuando los polluelos emprendieron su primer vuelo y se alejaron en el cielo.

Los habitantes del pueblo comenzaron a darse cuenta de que gracias a Mari y a los esfuerzos de los niños, la naturaleza estaba más equilibrada que nunca. Los ríos fluían limpios y cristalinos, las flores crecían hermosas y abundantes, y los animales encontraban refugio seguro en el bosque.

Un día, cuando Mari regresó al bosque después de una visita al pueblo, fue recibida por todos sus amigos animales: conejos, ardillas e incluso pájaros. Todos querían mostrarle su gratitud por todo lo que había hecho por ellos. Mari sonrió con alegría mientras se sentaba bajo un árbol grande.

Sabía que su misión había sido cumplida. Gracias a ella y a la ayuda de los niños del pueblo, la naturaleza seguía floreciendo en armonía.

Desde aquel día en adelante, Mari siguió visitando el pueblo ocasionalmente para contar nuevas historias sobre cómo proteger el medio ambiente. Y cada vez más personas se sumaban al movimiento para cuidar de la Tierra.

Y así fue como una diosa con pies de cabra enseñó a un pequeño pueblo la importancia del respeto hacia la naturaleza. Juntos aprendieron cómo vivir en armonía con el entorno y asegurarse de que las futuras generaciones pudieran disfrutar de un mundo lleno de belleza y equilibrio. Fin.

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