María Bibia y la Magia del Bosque
Había una vez, en un bosque encantado, una casita de madera que se escondía entre los árboles y flores de mil colores. En esta casita vivía una simpática niña llamada María Bibia. María era curiosa, siempre llena de energía y con una sonrisa que podía iluminar hasta el día más nublado. Su hogar estaba rodeado de mariposas que danzaban entre las flores y pájaros que cantaban melodías alegres.
Un día, mientras exploraba el bosque, María hizo un descubrimiento inesperado. Se topó con un pequeño camino cubierto de pétalos de flores. Atraída por su belleza, decidió seguirlo.
"¿A dónde me llevará este camino?" - se preguntó María, emocionada.
El sendero la llevó a un claro en el bosque donde encontró un árbol gigante con una puerta diminuta, tallada en su tronco. Sin pensarlo dos veces, se acercó y tocó la puerta.
"¡Hola, hay alguien ahí!" - llamó con su voz melodiosa.
Para su sorpresa, la puerta se abrió y apareció una pequeña criatura, un duende llamado Tilo. Tenía orejas puntiagudas y llevaba un sombrero de hoja.
"¡Hola, María! Bienvenida a la Casa del Árbol Mágico. Aquí suceden cosas fantásticas, pero necesitamos tu ayuda" - explicó Tilo, con tono serio.
María se sintió intrigada y ansiosa por saber más.
"¿Qué puedo hacer yo? Soy solo una niña" - respondió humildemente.
"Precisamente, a veces los pequeños pueden hacer grandes cosas. El bosque se ha puesto triste porque el Guardián del Agua ha perdido su brillo. Necesitamos que lo ayudes a encontrar su esencia para que el bosque vuelva a sonreír" - dijo Tilo.
María aceptó el desafío, entusiasmada por la aventura. Tilo le dio un mapa y una pequeña caja para guardar la esencia mágica. Juntos se adentraron en los rincones más profundos del bosque.
En su camino, encontraron ríos que susurraban secretos y flores que contaban historias. Pero también enfrentaron obstáculos. Un día, se toparon con una gran roca que bloqueaba el camino.
"No puedo pasar, es demasiado pesada" - se lamentó María.
"Espera, tal vez podamos hacerla rodar juntos" - sugirió Tilo.
Ambos empujaron la roca con todas sus fuerzas y, después de un buen rato, lograron moverla, revelando un túnel que llevaban a un lago brillante.
Cuando llegaron al lago, el aire se llenó de burbujas doradas.
"Este es el hogar del Guardián del Agua. Debemos encontrarlo y ayudarlo" - explicó Tilo.
Juntos llamaron al Guardián, y de repente, una gran ola de agua emergió del lago, formando la figura del Guardián, un ser de cristal y agua que brillaba intensamente.
"¿Qué traen a mi hogar?" - preguntó con voz profunda.
María dio un paso adelante:
"Hemos venido a ayudarte. Todos en el bosque te extrañamos porque cuando estás triste, el agua se apaga. ¿Qué podemos hacer para que vuelvas a brillar?"
El Guardián sonrió, pero su rostro reflejaba tristeza.
"He perdido mi esencia porque me he olvidado de lo importante: que el amor y la amistad son lo que me da fuerza. Sin esos sentimientos, sólo soy agua y cristal" - dijo mientras sus ojos comenzaron a relucir.
María miró a Tilo y luego al Guardián:
"Podemos recordarte lo que es la amistad. En este bosque todos somos amigos y cuidamos unos de otros. ¡Miremos a nuestro alrededor!"
Con cada palabra de María, el Guardián comenzó a brillar más intensamente. Las flores empezaron a bailar, y una sinfonía de colores llenó el aire.
Finalmente, la esencia del Guardián regresó a él, y su luz iluminó todo el bosque.
"Lo han logrado, pequeños. Gracias por recordarme la importancia de los sentimientos" - dijo el Guardián, ahora resplandeciente.
María y Tilo se llenaron de alegría y por fin, se despidieron del Guardián, prometiendo regresar y contarle más historias.
Al día siguiente, María volvió a su casita de madera rodeada de flores, sabiendo que lo más importante no es solo tener habilidades, sino compartir momentos, ayudar a los demás y mantener la magia viva a través de la amistad.
Desde ese día, María Bibia siempre llevó consigo una pequeña parte del recuerdo de su aventura, recordando que ella, con su gran corazón, había traído de vuelta la alegría al bosque.
FIN.