María Jesús y la Princesa de Hielo



María Jesús era una niña llena de imaginación. Le encantaban los cuentos de hadas y Halloween, especialmente las historias de princesas, monstruos y aventuras mágicas. Pero había algo que la hacía distinta de los demás: a veces, su creatividad la llevaba a sentirse frustrada y molesta. Cuando algo no salía como ella esperaba, su pequeña biología no lograba contener las emociones, y terminaba tratando mal a su familia.

Un día, mientras jugaba en el parque, María Jesús decidió crear su propio cuento de Halloween. "Voy a ser la princesa de hielo", dijo con emoción mientras se imaginaba con un vestido brillante y un castillo helado.

Sin embargo, en medio de su juego, algo no le salió como ella quería. Su hermano menor la interrumpió, y en lugar de ser amable, ella gritó: "¡Dejá de molestarme!". Su hermano se alejó, triste.

María Jesús, al ver que lo había lastimado, se sintió un poco mal. En ese momento, un viento frío empezó a soplar, y de repente, apareció ante ella una figura resplandeciente. Era la Princesa de Hielo, con un traje hecho de nevadas estrellas.

"Hola, María Jesús. He venido a ayudarte", dijo la princesa con una sonrisa.

"¿Ayudarme? ¿Por qué?" -preguntó María Jesús, intrigada.

"Porque veo que eres muy creativa, pero también hay momentos en que tu corazón se enfría. ¿Te gustaría aprender a calentar un poco ese corazón?" -respondió la princesa.

María Jesús asintió, curiosa. La princesa la llevó a su reino mágico, donde todo estaba cubierto de un hermoso hielo brillante. Sin embargo, a medida que avanzaban, María Jesús notó que los súbditos de la princesa parecían tristes.

"¿Por qué están así?" -preguntó María Jesús.

"Son criaturas de cristal que se han olvidado de cómo sentir alegría. El frío de mi reino les ha hecho olvidar la calidez del amor", explicó la princesa.

María Jesús decidió ayudar. "Voy a contarles historias de Halloween y de princesas valientes que conquistan el miedo". Y así lo hizo. Los pequeños seres de cristal se sentaron a su alrededor, y mientras ella hablaba, sus corazones comenzaron a brillar, liberándose del frío.

La Princesa de Hielo observaba con admiración. "Ves, querida amiga, al compartir tu creatividad, también compartís tu calidez".

Mientras tanto, la princesa notó algo más. María Jesús, en medio de la emoción de contar cuentos y ver cómo los demás se alegraban, estaba perdiendo sus propios momentos de molestar a su familia. Al final de la tarde, pudo sentir que uno de los fragmentos de hielo en su propio corazón se había derretido.

"¿Ves? Ahora que te has conectado con el amor y la alegría, has hecho que todos se sientan mejor", dijo la princesa, sonriendo. "Recuerda, cada vez que sientas que el frío entra en ti, puedes volver a respirar profundo y encontrar calor en los demás".

María Jesús entendió que tenía un superpoder, no solo su creatividad, sino también la capacidad de ser amable y compartir su luz con los demás.

Cuando volvió a casa, buscó a su hermano. "Lo siento por antes" -dijo, acercándose a él con los brazos abiertos. "¿Querés jugar conmigo?".

Su hermano sonrió, "¡Claro, hermana!".

Desde ese día, María Jesús se convirtió en la princesa de hielo no solo en su imaginación, sino en su forma de ser. Aprendió a respirar profundo y a dejar fluir su creatividad con amor. Y así, cada vez que la frustración la invadía, pensaba en la princesa y recordaba el poder de calentar su corazón con bondad.

El reino de la Princesa de Hielo se llenó de risas, alegría y mágicas historias, y María Jesús nunca olvidó que siempre que compartía y amaba, se sentía dulce y valiente, el verdadero lujo de ser una niña creativa.

FIN.

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