María, José y el Gran Jardín



Había una vez una niña llamada María, que vivía en un pequeño pueblo junto a su irmão José. María adoraba a los gatos. Tenía tres: un escurridizo atigrado llamado Tigre, una dulce gata blanca llamada Nieve y un curioso gatito negro llamado Nube.

Por otro lado, a José le gustaba mucho el bosque que estaba al borde del pueblo. Allí pasaba horas jugando con las flores de todos los colores, inventando historias en su mente y explorando la naturaleza.

Un día, María decidió que quería que su hermano la ayudara a atrapar a Tigre, pues él siempre se escondía y necesitaba más cuidado para no salir del jardín.

"José, ven, vamos a atrapar a Tigre antes de que se escape otra vez!" - dijo María con emoción.

"No puedo, María. Estoy muy ocupado explorando el bosque y creciendo mis flores. Ellas necesitan mi atención" - contestó José, con una sonrisa en su rostro.

María, al ver que José estaba tan concentrado en su mundo de flores, se sintió un poco decepcionada. Sin embargo, tuvo una idea.

"¿Y si llevamos a Tigre al bosque? Podría jugar con tus flores mientras tú las cuidas!" - propuso con entusiasmo.

José frunció el ceño al imaginar a Tigre correteando entre las delicadas flores.

"No sé, María. Tigre podría hacer un desastre entre mis plantas..." - dijo José con preocupación.

Pero María estaba tan emocionada que no podía resistirse. Finalmente, le convenció y aceptaron la aventura.

Al llegar al bosque, María colocó a Tigre en el suelo, un poco temerosa de lo que pudiese suceder. Pero, para sorpresa de todos, Tigre decidió ser muy cuidadoso y empezó a olfatear las flores con curiosidad.

"¡Mirá, José! Tigre parece que está disfrutando!" - exclamó María mientras observaba cómo su gato se movía suavemente entre los tallos.

"¿Viste? A veces, puede que las cosas no sean tan malas como pensamos" - dijo José, sonriendo al ver a su hermana feliz.

Justo en ese momento, José notó algo brillante en el suelo.

"Espera, ¿qué es eso?" - preguntó, agachándose para investigar. Era una pequeña piedra brillante, casi como una joya.

"¡Es hermosa!" - dijo María, acercándose emocionada.

"Tal vez es un tesoro del bosque" - dijo José, imaginando historias de piratas y aventuras.

Mientras los dos hermanos miraban la piedra, escucharon un extraño sonido detrás de unas flores muy grandes.

"¿Qué fue eso?" - preguntó María, abrazando a Tigre de un lado.

"No lo sé, tal vez sea un animal. Vamos a investigar con cuidado" - sugirió José, un tanto nervioso.

Los hermanos se acercaron lentamente y, para su sorpresa, encontraron un pequeño conejo atrapado entre las flores.

"¡Pobre conejo! Necesita ayuda!" - dijo María, mientras se arrodillaba.

"Voy a liberarlo" - dijo José, mientras intentaba despejar las flores alrededor.

Con un poco de esfuerzo, lograron liberar al conejo, que saltó con agradecimiento hacia el bosque.

"¡Lo hicimos!" - gritaron ambos en coro, riéndose y saltando de alegría.

A partir de ese día, tanto María como José decidieron que todos los fines de semana irían juntos al bosque.

María llevaría a sus gatos y José mostraría a su hermana las flores y todo lo que había aprendido. Juntos, aprenderían a cuidar de la naturaleza y también de los animales que la rodeaban.

"A partir de ahora, seremos un gran equipo" - dijo María.

"Sí, y tenemos que proteger nuestro bosque y nuestros amigos" - respondió José.

Desde ese entonces, el pequeño pueblo no solo estaba lleno de gatos jugando en los jardines, sino también de niños aprendiendo a cuidar de cada flor, árbol y animal en su hermoso bosque.

Y así, María y José descubrieron que la mejor manera de disfrutar de sus pasiones era compartiendo y aprendiendo juntos.

FIN.

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