María y el Gran Baile de la Amistad



En un pequeño barrio de Buenos Aires, vivía María, una niña de diez años llena de energía y alegría. Siempre esperaba con ansias las fiestas, ya que le encantaba conocer nuevos amigos y bailar con sus compañeros. Cada vez que se organizaba un festejo, María se convertía en la reina de la pista, moviendo los brazos y las piernas con gracia.

Un día, la profesora de la escuela anunció:

- ¡Atención, chicos! Este sábado tendremos el Gran Baile de la Amistad en el gimnasio. ¡Todos están invitados! Pero hay una condición: cada uno deberá preparar algo especial para compartir.

María sonrió emocionada. Pensó en cómo podría hacer que su contribución fuera única. Sin embargo, a medida que se acercaba la fecha, comenzó a sentirse un poco insegura. Sus amigos ya habían decidido llevar comidas deliciosas y ella no se consideraba una gran cocinera.

Entonces, su abuela, que había estado observando su preocupación, la llamó:

- María, ¿por qué tan pensativa?

- Abuela, quiero llevar algo especial al baile, pero no sé cocinar.

La abuela sonrió y le dijo:

- No siempre se trata de la comida, mi amor. A veces, tu corazón es lo que cuenta. ¿Qué tal si preparás una presentación divertida?

María se iluminó. Tenía una gran idea. Pasó toda la semana creando un pequeño baile con sus amigos que incluía movimientos que habían inventado. El viernes antes del baile, les pidió a sus amigos que vinieran a su casa para practicar.

- ¡Vamos a hacer la mejor actuación de todas! - exclamó emocionada.

Pero durante los ensayos, un grupo de chicos mayores apareció en el parque donde se estaban preparando. Miraron a María y a sus amigos con desdén.

- Mirá a esos chicos, ¿creen que pueden bailar en el baile de esta noche? - se burlaron.

María sintió que su corazón se encogía, pero recordó las palabras de su abuela. Así que le respondió con confianza:

- ¡Sí, podemos! Solo queremos divertirnos.

Los chicos mayores se echaron a reír y se fueron, pero María no se desanimó. Esa noche, se quedó despierta ensayando su baile, llena de energía y entusiasmo.

Finalmente, llegó el día del Gran Baile de la Amistad. María se vistió con su vestido favorito, y sus amigos la esperaban ansiosos en la puerta. Cuando llegaron al gimnasio, el lugar estaba decorado con globos de colores y música alegre. Todos estaban emocionados.

María subió al escenario junto con sus amigos, y cuando llegó su turno, el nerviosismo casi la paraliza.

- ¿Estás lista? - le preguntó Ana, una de sus amigas.

- ¡Sí! Vamos a hacerlo - respondió con firmeza.

Al comenzar a bailar, al principio se sintió un poco cohibida, pero a medida que avanzaba la canción, la música la envolvió. Cada paso y cada giro fueron llenos de alegría. La gente empezó a aplaudir y a animar, y pronto todos estaban disfrutando de su actuación estrella.

Una vez que terminaron, el público aplaudió de pie. María no podía creerlo. Se sintió feliz, pero más que eso, satisfecha de haber aprendido que lo importante era disfrutar, compartir y ser valiente.

Al final de la noche, se acercó a los chicos mayores, que aplaudían como todos los demás.

- Chicos, ¿qué les pareció? - les preguntó con una sonrisa.

- ¡Estuvo buenísimo! - respondió uno de ellos. - Quizás deberías enseñarnos a bailar.

María sonrió y aceptó la propuesta. De esa manera, no solo había encontrado la manera de disfrutar la fiesta, sino que también había hecho nuevos amigos.

Al regresar a casa, su abuela la abrazó y le dijo:

- Te vi brillar esta noche, María. Nunca dejes que el miedo a lo que digan los demás te detenga. Eres única y tu amor por la alegría es el mejor regalo que podés dar.

María sonrió, sintiéndose más fuerte que nunca. Aprendió que la verdadera amistad se celebra y que cada fiesta es una oportunidad para compartir su alegría con el mundo. Y así, se convirtió en la embajadora de la amistad en su barrio, siempre lista para compartir su amor por el baile y la diversión con todos los que la rodeaban.

FIN.

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