María y el Jardín de las Maravillas



María era una niña que vivía en una enorme mansión rodeada de jardines exuberantes y piscina con aguas cristalinas. A pesar de tener todo lo que una niña pudiera desear, María siempre estaba encerrada en su habitación, mirando por la ventana con nostalgia mientras se preguntaba qué había más allá de su lujosa vida.

Un día, mientras columpiaba a su muñeca favorita en su gran sala de juegos, escuchó a su sirvienta Ana hablar con la jardinera.

"El año pasado planté unas flores especiales. Este año florecerán y llenarán el jardín de colores hermosos", decía el jardinero, emocionado.

María, al escuchar esto, sintió un destello de curiosidad. Sin embargo, el miedo a salir y a enfrentar el mundo exterior la mantenía pegada a su silla.

"¿Por qué no puedo salir?", pensó María en voz alta.

Pronto, Ana entró en su habitación.

"María, deberías venir a ver el jardín. Está cambiando y se ponen muy bonitas las flores", le sugirió Ana.

"Pero, es que tengo miedo. Siempre he estado aquí. No sé si me gustará", contestó María, mirando al suelo.

"Quizás podrías intentarlo. Podemos ir juntas", dijo Ana con una sonrisa alentadora.

Después de meditarlo un momento, María decidió aventurarse. Vestida con su vestido más bonito, Miriam y Ana salieron al jardín. Al abrir la puerta, el sol la deslumbró primero pero pronto la frescura del aire la llenó de energía.

"¡Mirá esas flores!", exclamó Ana mientras señalaba un arbusto repleto de flores de colores brillantes.

"¡Nunca pensé que podía haber algo tan hermoso!", gritó María, con los ojos brillando de emoción.

Poco a poco, María se fue aventurando más lejos, descubriendo pequeñas criaturas que habitaban su jardín. Pequeños pájaros, mariposas y hasta una ardilla que saltaba de árbol en árbol. Sin darse cuenta, el tiempo pasó volando.

"Esto es increíble, Ana. ¿Por qué no salí antes?", preguntó María fascinada.

"A veces nos da miedo lo desconocido. Pero hay que recordar que siempre hay algo hermoso que descubrir, si nos atrevemos a dar el primer paso", respondió Ana mientras acariciaba la cabeza de un gato que se acercó curioso.

Luego, un grupo de niños pasó corriendo por la vereda, riendo y jugando. María miró hacia ellos, y sintió un cosquilleo en su estómago. Quería unirse, pero recordó su vida en la mansión.

"Me gustaría jugar con ellos, pero no sé cómo", dijo María con la mirada baja.

"Podrías ir a saludar, quizás también quieran jugar contigo", sugirió Ana.

"No sé..." María titubeó, pero la emoción empezó a crecer.

Finalmente, su valentía ganó. Caminó hacia los niños.

"¡Hola! Soy María. ¿Puedo jugar con ustedes?", preguntó con timidez.

Los niños se detuvieron y sonrieron.

"¡Claro! ¡Ven a jugar!", dijeron al unísono.

María se unió a ellos y por primera vez se sintió parte de algo. Jugaron a buscar tesoros, corrieron por el jardín y se tiraron por el césped. Era mucho más divertido de lo que había imaginado.

Los días siguieron y María, cada vez más empoderada, comenzó a salir todos los días. Descubrió que fuera de su mansión había un mundo esperando por ella. Hizo amigos, exploró su vecindario y comenzó a aprender cosas nuevas.

Un día, mientras caminaba con sus nuevos amigos, encontró un lugar donde se vendían flores.

"¡Debemos comprar! Así podremos hacer un lindo jardín también", dijo María emocionada.

Todos juntos decidieron juntar dinero para comprar semillas y plantas. Así, crearon su propio pequeño jardín comunitario en un parque cercano. Todos los niños trabajaron duro, plantando y cuidando las flores.

"Mirá lo que hemos logrado, ¡es hermoso!", comentó uno de sus amigos.

María sonrió, sabiendo que no todo en la vida era cuestión de riquezas, sino de experiencias compartidas y momentos vividos juntos.

Desde entonces, cada vez que María miraba por la ventana, ya no sentía nostalgia, sino una profunda felicidad por todo lo que había logrado y los amigos que había encontrado. Y aunque aún regresaba a su hogar lujoso cada noche, su corazón ahora estaba lleno de vida, amistad y sobre todo, aventura.

María aprendió que la verdadera riqueza era vivir experiencias, descubrir el mundo y valorar cada momento que se compartía con quienes amaba.

FIN.

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