María y el Puente Mágico



Había una vez en un pequeño pueblo, una niña llamada María. María tenía una gran curiosidad por el mundo que la rodeaba y una especial fascinación por las historias que escuchaba de su abuela sobre un misterioso puente en el bosque que conectaba su pueblo con lugares lejanos llenos de magia y aventuras.

Un día, mientras exploraba el bosque, decidió ir en busca del famoso puente. Con una mochila llena de bocadillos, partió en su aventura. Caminó durante horas, cantando y siguiendo el sonido del viento entre los árboles, hasta que, de repente, se encontró frente a un hermoso puente cubierto de flores brillantes.

"¡Guau! Este es el puente del que hablaba la abuela", exclamó María, llenándose de emoción.

Decidida a cruzar, dio un paso adelante cuando, al instante, una pequeña criatura apareció. Era un duende con un sombrero de colores.

"¡Detente, niña!", dijo el duende. "Para cruzar este puente, debes resolver tres acertijos".

María, sintiéndose un poco nerviosa pero emocionada, aceptó el desafío.

"Estoy lista!", respondió con determinación.

El duende sonrió y dijo:

"Aquí va el primero: ¿Qué se rompe pero nunca cae, y qué cae pero nunca se rompe?".

María pensó durante unos momentos y luego gritó emocionada:

"¡El día y la noche!".

"Correcto!", dijo el duende. "Ahora el segundo: ¿Qué es tan frágil que decir su nombre lo rompe?".

María recordó algo que había leído en un libro y rápidamente contestó:

"¡El silencio!".

"Muy bien, pequeña!", aplaudió el duende. "Y ahora, el último desafío: ¿Qué tiene un ojo pero no puede ver?".

María pensó mucho más en este acertijo. Caminó nerviosa por el puente mientras recordaba todo lo que había aprendido. Finalmente, tuvo una epifanía.

"¡Una aguja!", gritó con alegría.

El duende saltó con entusiasmo y dijo:

"¡Has ganado! Ahora puedes cruzar el puente y explorar el otro lado".

María sonrió, agradecida. Al cruzar, se encontró en un lugar maravilloso donde las flores hablaban y los árboles cantaban. Estaba encantada.

Mientras exploraba, conoció a un grupo de animales que estaban tratando de resolver un problema: el arroyo que alimentaba el bosque se había secado.

"¡Necesitamos ayuda!", dijeron los animales.

María se sintió inspirada y decidió ayudarles. Recordó las historias de sus abuelos sobre la importancia de cuidar la naturaleza y pensó en cómo podrían solucionar el problema. Luego tuvo una idea.

"¡Podemos construir una represa!", sugirió María.

Los animales miraron a María, asombrados por su idea. Juntos recolectaron ramas, piedras y todo lo que pudieron encontrar para construir la represa. Trabajaron durante días, y con cada momento, la amistad entre María y los animales se hizo más fuerte.

Finalmente, cuando terminaron, el agua comenzó a fluir nuevamente por el arroyo, llenando el bosque de vida.

"¡Lo logramos!", gritó María llena de alegría. "La naturaleza está a salvo nuevamente!"

Los animales la abrazaron y celebraron. Todos estaban felices. María, al regresar por el puente mágico, se sintió orgullosa de lo que había logrado y decidió que siempre ayudaría a los demás y cuidaría del mundo que la rodeaba.

De vuelta a su casa, compartió su aventura con su abuela, quien la escuchó atentamente.

"Siempre recuerda, María, que en la unión y en cuidar nuestro entorno hay poder y magia", le dijo su abuela con una sonrisa.

María aprendió que uno puede hacer una diferencia, no importa cuán pequeño seas, siempre que tengas un buen corazón y trabajes en equipo.

Y así, la niña aventurera se convirtió en la guardiana del bosque, siempre lista para ayudar a todos los que lo necesitaban, recordando aquel viaje mágico y las lecciones que aprendió de los acertijos y de sus amigos animales.

FIN.

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