María y el río misterioso



La pequeña María amaba jugar en el río cerca de su casa. Un día, después de un fuerte aguacero, el río se desbordó y María se mojó los pies y las piernas mientras jugaba. Mirando el agua turbia, se dio cuenta de que era más fuerte de lo que parecía, pero eso no la detuvo. Llenó su pequeño balde con agua y comenzó a jugar con las pequeñas olas que formaba, hasta que un rayo de sol brilló a través de las nubes y reflejó un brillo intenso en el agua.

- ¡Mirá esto, Lucho! -exclamó María a su hermano, que la observaba desde la orilla.- ¡El río parece un espejo mágico!

Lucho, siempre un poco más cauteloso, respondió: - Sí, pero también es muy peligroso. Hay que tener cuidado, María.

María sonrió, valiente como siempre, y siguió jugando. De repente, sintió que el agua la envolvía más de lo habitual, y cuando miró hacia el río, se dio cuenta de que algo brillaba en el fondo.

- ¡Lucho! ¡Vine a ver qué es eso! -dijo con emoción.

- No, María, ¡no te acerques tanto! -gritó Lucho, preocupado.

Pero la curiosidad fue más fuerte y, con un último salto, María se metió en el agua. Al hundir su mano en el agua oscura, sacó un pequeño objeto brillante.

- ¡Mirá! -gritó ella, sosteniendo en alto un hermoso colgante plateado con forma de pez.

- Eso es raro... -murmuró Lucho, observando con atención. - ¿Creés que pertenece a alguien?

María, emocionada, respondió: - No lo sé, pero tiene que ser especial. ¡Vamos a investigar!

Ambos corrieron a casa para mostrarle el colgante a su mamá. Cuando ella lo vio, su rostro se iluminó: - ¿Sabían que este colgante se dice que pertenece a los guardianes del río? Los ancianos de la aldea hablan de ellos.

- ¡Guardianes del río! -exclamó María, con los ojos llenos de asombro. - ¿Eso significa que hay criaturas mágicas?

La mamá sonrió, explicando: - Los guardianes cuidan de la naturaleza y de los ríos. Debemos respetarlos y mantener limpio nuestro entorno. Así volverán a aparecer.

María y Lucho entendieron que el colgante era un buen augurio y decidieron que tenían que hacer algo importante.

- ¡Limpiemos el río! -propuso Lucho, entusiasmado.

María asintió con firmeza. - Sí, así ayudamos a que los guardianes volvamos a verlos.

Al día siguiente, con guantes y bolsas de residuos, los hermanos partieron al río, listos para la aventura. Se pusieron a recoger toda la basura que encontraron y conversaban animados.

- ¡Mirá esto, Lucho! -dijo María, mostrando una botella plástica- Esto no debería estar aquí.

- ¡Es verdad! Cada cosa que recojamos es algo que el río agradecerá -respondió Lucho.

Horás después, se encontraron con otros chicos del barrio que también querían ayudar. Pronto se formó un grupo y juntos transformaron la limpieza en un juego, riéndose y disfrutando de su tarea. Al caer la tarde, el río lucía más hermoso que nunca.

- ¡Hicimos un gran trabajo! -dijo María, mirando el agua brillar al sol.

Cuando se despidieron del río, sintieron un viento suave y un sonido que parecía murmullo de alegría.

- ¿Lo escuchaste? -preguntó Lucho, sonriendo.

- ¡Sí! Creo que los guardianes nos están agradeciendo -contestó María.

De regreso a casa, María guardó el colgante en un lugar especial y cada vez que lo veía recordaba la importancia de cuidar de la naturaleza. Desde ese día, el río se convirtió en su lugar especial, no solo para jugar, sino también para aprender y respetar.

Y así, todos los años, recordaron el día en que descubrieron la magia del río y decidieron convertirse en sus protectores, compartiendo su aventura con otros niños de la aldea.

Cada vez que llovía, María miraba el río con una sonrisa, sabiendo que siempre sería más divertido cuidarlo que solo jugar. Después de todo, el verdadero tesoro estaba en la naturaleza misma y en lo que podían aprender de ella.

FIN.

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