María y el Sueño del Fútbol



Era una tarde soleada en el barrio de María. Mientras sus amigos jugaban al fútbol en el parque, ella los miraba desde la vereda, deseando unirse a ellos. La pasión por el fútbol le brotaba del corazón, pero se contenía en su pecho, ya que su papá siempre le decía lo mismo.

"María, el fútbol es para los chicos. Es un deporte rudo, no es cosa de chicas", repetía su papá cada vez que ella le contaba sobre su sueño.

María suspiraba, pero no se rendía. Cada tarde después de hacer sus tareas, se escapaba al parque y observaba atentamente cómo sus amigos pasaban la pelota y reían. Un día, decidió que no podía seguir mirando más y dejó que su sueño la guiara.

"Hoy es el día. Sólo voy a intentarlo", se dijo a sí misma mientras se acercaba al grupo de niños que jugaban.

Casualmente, Juan, su amigo del colegio, la vio y le hizo una seña.

"¡María, vení! Uníste a jugar con nosotros", le gritó, con una sonrisa amplia.

Su corazón latía fuerte. Sin embargo, la voz de su papá resonaba en su mente. Así que, con un poco de nervios, se armó de valor y le respondió.

"¡Sí, voy!"

María corrió a la cancha y, al principio, se sintió fuera de lugar. Los chicos se miraron entre sí, dudando de si aceptarla en su juego. Pero Juan, siempre amable, le pasó la pelota.

"¡Dale, María! Mostranos lo que sabés."

Ella tomó la pelota, dio un par de toques y luego, para sorpresa de todos, hizo un lindo pase. Los chicos la miraron con asombro.

"¡Bien, María!" exclamó Juan. Desde ese momento, María no solo jugó, sino que se destacó haciendo goles y asistencias.

Pero su felicidad no duró; al llegar a casa, su papá la miró con pena.

"¿Por qué estuviste jugando al fútbol?" preguntó, con la voz llena de preocupación.

María, sintiendo que debía responder, se animó a hablar.

"Porque me gusta, papá. El fútbol no es solo para chicos, es para todos."

Su papá frunció el ceño, pero en lo profundo, una parte de él estaba curioso por escucharla.

"¿Así que te gusta?"

"Sí, me siento feliz cuando juego. Y no son solo chicos los que juegan al fútbol, papá. Hay muchas chicas que lo hacen también, y son muy buenas."

Esa noche, mientras María se preparaba para dormir, su papá no podía dejar de pensar en las palabras de su hija. Al día siguiente, sintió la necesidad de ver a María jugar. La acompañó al parque, con una actitud más abierta.

Al llegar, se encontró con un grupo de chicas que también jugaban al fútbol. Eran parte de un equipo local llamado "Las Estrellas del Barrio". Su papá no podía creerlo. Las chicas corrían, pasaban la pelota y se reían juntas, como si se conocieran de toda la vida.

"¡Vamo' las chicas!" gritó una de ellas, y todo el equipo respondió con entusiasmo.

"María, mirá cuántas chicas juegan. ¿Ves? Ellas también aman el fútbol", le dijo su papá, cada vez más sorprendido.

A partir de esa tarde, María comenzó a entrenar con ellas y a jugar en su equipo. Cuando su papá la vio jugar, se dio cuenta de que su hija era talentosa y que el género no tenía nada que ver con la habilidad.

"Tenés que seguir jugando, María", le dijo un día orgulloso.

María sonrió, sintiéndose más feliz que nunca. Con el tiempo, su papá se convirtió en el mayor hincha del equipo, gritando desde la tribuna y haciendo pancartas que decían "¡Vamos, María!".

Su historia inspiró a otras niñas del barrio a unirse a practicar fútbol. María nunca se sintió sola, y su confianza y determinación hicieron que su papá entendiera que los sueños no tienen límites. En cada partido, celebraban no solo los goles, sino el amor por el deporte que podía unir a todos, sin importar su género.

Así, María no solo se convirtió en una gran jugadora, sino en un ejemplo para sus amigos y su comunidad, recordando siempre que el fútbol puede ser un parque de sueños donde todos pueden jugar.

FIN.

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