María y Juan en el Bosque Encantado


Había una vez dos niños llamados María y Juan. María era una niña muy feliz, siempre sonreía y disfrutaba de cada momento de su vida.

Por otro lado, Juan era un niño triste, no encontraba alegría en nada y pasaba la mayor parte del tiempo solo. Un día, mientras jugaban en el parque, María notó que Juan estaba sentado en un banco con la cabeza gacha.

Se acercó a él y le preguntó preocupada:- ¿Qué te pasa, Juan? Pareces triste. Juan levantó la mirada y suspiró. - No sé, María. Me siento solo y no encuentro motivos para sonreír. María no pudo soportar ver a su amigo así y decidió hacer algo al respecto.

Recordó que cerca del parque había un lugar mágico al que su abuela solía llevarla cuando era pequeña: el Bosque Encantado. - ¡Tengo una idea! -exclamó emocionada-. Vamos al Bosque Encantado juntos.

Estoy segura de que allí encontrarás la felicidad nuevamente. Juan dudaba un poco pero confiaba en su amiga, así que decidieron aventurarse hacia el Bosque Encantado.

Al llegar se quedaron asombrados por lo hermoso que era: árboles altos y frondosos, flores de todos los colores e incluso animales jugando entre ellos. Mientras caminaban por el bosque, llegaron a un claro donde encontraron a un hada llamada Aurora. Ella les dijo:- Bienvenidos al Bosque Encantado, donde los sueños se hacen realidad.

Pero para poder encontrar la felicidad, deben superar tres pruebas. María y Juan estaban emocionados por el desafío y aceptaron. La primera prueba consistía en encontrar una llave mágica que abriría la puerta de la alegría.

Ambos buscaron incansablemente hasta que María encontró una pequeña llave dorada entre las hojas. - ¡Lo logramos! -exclamó María con alegría-. Ahora podemos pasar a la siguiente prueba. La segunda prueba era un laberinto lleno de espejos.

Debían encontrar el espejo que reflejara su verdadera felicidad. María se miró en varios espejos hasta encontrar uno donde se veía jugando con sus amigos y riendo a carcajadas. Juan, por otro lado, no podía verse feliz en ninguno de los espejos.

- No puedo encontrar mi verdadera felicidad -dijo tristemente Juan-. ¿Qué hago ahora? María lo abrazó y le dijo:- No te preocupes, Juan. Estoy segura de que juntos encontraremos tu felicidad.

Decidieron buscar ayuda y encontraron a un sabio búho llamado Oliverio. Él les explicó que la verdadera felicidad no siempre está en cosas materiales o momentos divertidos, sino en ayudar a los demás y ser amables con todos.

Con esta nueva perspectiva, ambos regresaron al laberinto y encontraron el espejo donde se veían ayudando a otros niños necesitados. Ahí estaba la verdadera felicidad de Juan. Llegaron finalmente a la tercera prueba: construir un puente para cruzar un río caudaloso.

Trabajaron juntos, recolectando ramas y piedras hasta finalmente lograrlo. Al cruzar el puente, se encontraron con un gran tesoro: una caja llena de sonrisas. - ¡Lo conseguimos! -exclamaron María y Juan alegremente-. Hemos encontrado la felicidad.

Con la caja de sonrisas en sus manos, regresaron al parque donde todo comenzó. Juan abrió la caja y repartió las sonrisas entre todos los niños que estaban allí. Poco a poco, sus rostros tristes se iluminaron con alegría.

Desde ese día, Juan aprendió que la verdadera felicidad no solo está en uno mismo, sino también en hacer feliz a los demás. Y así, María y Juan se convirtieron en dos grandes amigos que siempre buscaron ayudar a los demás para encontrar su propia felicidad.

Y colorín colorado, este cuento ha terminado.

Dirección del Cuentito copiada!