María y la Aventura en la Playa
Era una soleada mañana de verano y María estaba demasiado emocionada. Con su sombrero de paja, la malla nueva y un baldecito en la mano, se preparaba para ir a la playa por primera vez en su vida.
- ¡Mamá, mamá! -gritó María mientras saltaba de alegría-. ¿Ya estamos listos para ir a la playa?
- Sí, María, ya casi estamos listos -respondió su mamá, mirando su reloj-. Solo falta que tu papá termine de guardar las cosas en la camioneta.
Una vez que estuvieron todos listos, María no podía esperar más. Al llegar a la playa, sus ojos se abrieron como platos. La arena dorada brillaba bajo el sol, y las olas del mar hacían un sonido relajante.
- ¡Mirá, mamá! -dijo señalando hacia el agua-. ¡Es enorme!
- Sí, María, el mar es realmente grande -contestó su mamá sonriendo-. Pero primero, juguemos en la arena un rato.
María y su mamá se pusieron a hacer castillos de arena, mientras su papá sentaba en la sombrilla. Pero en medio de su diversión, de repente, algo llamó la atención de María.
- ¡Mamá! -gritó, corriendo hacia el mar-. ¡Mirá esas gaviotas!
Las aves danzaban en el aire, y María comenzó a correr hacia ellas, pero su mamá la detuvo.
- ¡Espera, María! No te alejes mucho del agua -dijo su mamá con suavidad-. Recuerda que el mar puede ser peligroso.
María se quedó mirando a las gaviotas volar y pensó en cuán libres debían sentirse.
- ¿Mamá, puedo volar como ellas algún día? -preguntó con una chispa de esperanza en sus ojos.
- Bueno, puedes sentirte como si volaras cuando nades en el mar -le respondió su mamá-. Pero siempre, siempre, con cuidado.
María asintió y decidió entrar un poco al agua.
- ¡Es fría! -exclamó al tocarla con los pies.
- Abrí bien los ojos y dándote un momento, te vas a acostumbrar. -contestó su mamá.
María juntó valor y, tras unos momentos, se metió hasta las rodillas. Y mientras estaba ahí, observó que algunos niños jugaban a hacer carreras en la orilla.
- ¡Voy a jugar con ellos! -gritó, emocionada.
- ¡Cuidado! -advirtió su mamá.
María se unió a los niños y juntos se lanzaron agua unos a otros. No obstante, un chico más grande, sin querer, empujó a María y la hizo caer en el agua.
- ¡Oh, no! -gritó mientras se hundía. Todos los niños la miraron preocupados.
Un niño mayor de los que estaban jugando corrió hacia ella.
- ¡Tranquila, vamos a sacarte! -dijo mientras la ayudaba a salir del agua.
María salió del mar con un pequeño susto, pero también se dio cuenta de lo divertido que era saltar en las olas.
- ¿Estás bien? -preguntó una niña con una sonrisa.
- Sí, creo que sí -respondió María mientras se limpiaba la arena de la cara-. Fue un accidente, ¿verdad?
- Sí, pero podemos jugar juntos si querés -dijo el chico mayor-. Al final, ¡la playa es para divertirse!
María sonrió y, tras un rápido encuentro de miradas con su mamá que le dio un guiño, decidió volver al agua. Pronto, la risa y los relatos de nuevas aventuras llenaban el aire.
La tarde pasó volando entre juegos y risas. María se olvidó del susto y abrazó la alegría de estar en la playa. Sin embargo, antes de irse, miró las gaviotas que volaban otra vez.
- ¡Mamá! -llamó-. ¿Puedo volver a la playa mañana?
- Claro, María. Siempre que actúes con precaución y tengamos todo listo -respondió su mamá.
María sonrió feliz mientras el sol comenzaba a ponerse. Se dio cuenta que la playa no solo era un lugar hermoso, sino también una oportunidad de divertirse, aprender a ser valiente y hacer nuevos amigos. Y desde ese día, cada vez que iba a la playa, llevaba en su corazón la lección más importante: la diversión se disfruta más cuando se comparte con otros, y siempre hay que ser responsable y precavido.
María terminó su día con una gran sonrisa, esperando la próxima aventura veraniega, llena de nuevas aventuras por descubrir.
FIN.